25 de
octubre, martes. Dicen que el otoño, o lo que debe venir después
del verano – porque esto de otoño con calor y sin agua que riegue los campos,
pues como que no – es el tiempo para recoger la cosecha y sentarse al calor de
la chimenea a esperar las noches largas del invierno. No me refiero a esas cosechas.
De un tiempo a esta parte ver
cualquier cadena de televisión tiene más de suplicio, de voluntad de sacrificio,
de mortificación que de evasión o información. Hay una cosecha enorme de gente
que vende – es un decir, claro – su propia estulticia. No tienen nada más que
nimiedad. Si uno se para por un momento a escuchar, que no es lo mismo que oír,
lo que sale esas pantallas, hace bueno aquello de “apaga y vámonos”.
Hay también una cosecha
excelente de gente que uno tiene la desfortuna,
si se me permite el bodrio, de encontrarse cualquier día. Es esa gente que no
aporta nada. Es más, su conversación es tan insulsa y carente de interés que
uno desea que pase el mal momento cuanto antes. Siempre está el monotema:
política, mal del gobierno, de alguien, o de los árbitros que favorecen a tal o
cual equipo. Exhiben su mediocridad de pensamiento, …
Hay otra gente que se escucha a
sí misma. Nunca se ha parado a pensar lo desagradable que es una conversación
donde no se intercambian pareceres. Casi siempre solo ellos. No permiten un
intercambio de ideas. Puede ser que como carecen de ellas…
Otros fastidian con avaricia.
Con la mano en el bolsillo de pantalón –hace que suenen las monedas sueltas o
buscan el tintineo de llaves que producen un ruido metálico. Si suena el
teléfono móvil interrumpen la conversación para atenderlo si pedir disculpas. Algunos,
por si fuera poco, se aproximan tanto que la cercanía se convierte en agobio. A
veces, incluso llega el aliento o los puntos casi imperceptibles de saliva.
Hay otro puñado que sabe de
todo. Se permite opinar sin que a uno le interese qué puñetas piensa de tal o
cual materia y en el colmo de la impertinencia incluso se permiten imponer su
criterio sin que nadie se lo haya pedido. Saben más que nadie. No admiten que
uno pueda tener otra visión, u otra manera de pensar. Como dice el refrán: “con
su pan se lo coman”.
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