Montes Universales. Serranía de Cuenca
29 de
octubre, sábado. La naturaleza se ha echado sobre los hombros
un manto de oro. Líneas de choperas doradas marcan los cursos de los ríos y de
los afluentes que llevan hasta ellos sus aguas. Son otros caminos por senderos de
agua, diferentes, distintos a otros caminos.
El extremo sudoccidental de la
provincia de Teruel limita con Guadalajara, Cuenca y Valencia. Allí se asientan
los Montes Universales. En los atlas señalan la Muela de San Felipe y la Muela
de San Juan y la Sierra del Tremedal. Una manera de identificar a lugares que
tienen una personalidad definida.
La comarca, agreste; los
paisajes, bellísimos. Alternan zonas de bosques con las de pasto en este tiempo
agostado por su ciclo cumplido y por las heladas mañaneras. En su suelo nacen
ríos como el Cuervo que en Tragacete brota de la piedra; el Tajo, en Fuente
García. Es el más largo de la Península Ibérica. Pasa por Toledo y se rinde al
Atlántico por el mar de la Paja, en Lisboa; el Guadalaviar, que después se
llama Turia; el Cabriel; el Júcar…
Es una tierra de naturaleza
esplendida. Tierra de silencios largos, como las noches de sus inviernos
rigurosos y muy fríos. Pequeños pueblos deshabitados que no se ven desde la
lejanía sino solo cuando ya se está muy cerca de ellos. Albarracín fue la
capital de Señorío de su nombre. Tiene catedral y obispo que no reside allí y
casas construidas en adobes, como todas las del entorno, con entramados de
madera. Tiene un color propio. El sol del atardecer le concede la gracia de hacerlo
diferente a todos los demás.
Sus tierras, mayoritariamente,
son comunales. Los ayuntamientos emplean los recursos comunales del bosque para
dotarse de infraestructuras y equipamientos “mientras sus vecinos – dicen las
voces críticas – se marchan del pueblo por la falta de los más elementales
recursos”.
Las plantas - sabinas y encinas – de gran resistencia al
frío, lento crecimiento y larga vida alternan con el pino negral que crece en
alturas medias de los valles y ofrecen un paisaje propio. El hombre de la zona, adusto y riguroso,
consecuencia del clima en el que ha desarrollado su existencia ha conseguido
una arma en la gastronomía para subsistir contra la dureza del clima: gachas,
sopas de ajos, cordero a la pastora, truchas… Tierra de otoños cortos y dulces,
preludio de lo que vendrá después.
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