21 de
enero, martes. Miguel Delibes, con La
sombra del ciprés es alargada, publicó
una de las grandes novelas del siglo XX. Al principio, él no estaba muy a gusto
con aquel trabajo excelso. No sabía que entraba con pie propio entre los grandes de nuestras
letras. (Cervantes, Galdós, Baroja y Delibes…)
José
María Gironella, fue un escritor de moda en el franquismo. En París escribió en
Los cipreses creen en Dios. Gironella
buscó en allí lo que la España de posguerra no le daba aquí. Era una obra más, de lo mucho – con distintos
gustos – que se ha escrito sobre la Guerra Civil española, pero no, no va por
ahí la cosa.
Giovanni Papini vivió en Florencia. Florencia
es la capital de la Toscana, la ciudad de los Médicis, el Puente Vecchio y
Santa María di Fiori. En la Toscana los caminos están salpicados de cipreses.
Son cipreses de campiña. Los bambolea el viento que riza las lomas de trigales
y amapolas en primavera. Quieren, y no pueden, arañar el cielo. Son los mismos
que Papini reflejó en sus relatos. Aún no había escrito la Vida de Cristo
A
comienzos de los años sesenta, un cura periodista estaba por Roma. El
periodista se llamaba José Luis Martín Descalzo. De aquella experiencia salió
la crónica del Vaticano II que no publicaban los periódicos del tiempo: Un periodista en el Concilio. Decía José
Luis que Roma era la única ciudad de mundo donde los cipreses no son tristes…
En las
ciudades conventuales y pienso ahora en Antequera, en Avila…, los cipreses
apuntan a lo más alto. Sobrepasan las
tapias de los cenobios y le echan un pulso a las espadañas y a los campanarios.
No se asustan cuando tocan a maitines con el alba las campanas de los
conventos. Me quedo con estos cipreses…
Mañana
de cielo azul y limpio. Salgo al camino. Los cipreses apuntan a lo más alto; en
la lejanía sobre los Lagares cabalgan unas nubes blancas…

No hay comentarios:
Publicar un comentario