20 de enero, lunes. Es invierno.
Es enero. Dicen que media España está
bajo la nieve; la otra, bajo el manto de la lluvia. De mediodía arriba comenzó
a caer mansamente, con suavidad, como quien pide permiso y pregunta ¿puedo?
Un soneto de Borges dice que “la
lluvia ciega los cristales”. Aquí, en la lejanía del silencio, la lluvia
empapa el alma en un día de tinte especial. Ha cambiado el sol que transita por
cielos limpios y sin nubes por otro que se ha entoldado de gris. Las nubes lo
esconden ¿lo esconden o lo acurrucan? A lo mejor estas nubes de color indefinido
es la manta que, esta tarde de un día de tiente especial, ha cogido el sol y se
las ha echado por los hombros.
Parece que todos los días,
algunas veces, son iguales a otros que antecedieron. No, no es así. Los días
pueden ser iguales. Las almas, según que día, tienen una predisposición para
muchas cosas. El alma se entrega y cuando la impotencia atenaza, entonces se
deja llevar como el sol que esta tarde se ha acurrucado debajo de las nubes. Ella
se echa en manos de quien sabe que tendrá la caricia oportuna…
Hay un repiqueteo de gotas que
bajan por los cristales de la ventana. Van a dar en el alféizar que las espera.
Las contempla. No les dice nada, pero las deja estar para que se tomen un
descanso, un respiro necesario. Traen mucho camino recorrido y no sabemos
¡cuánto! desde que fueron vapor de agua en el mar y, luego, condensadas, gotas
misteriosas.
El campo, receptor, del bien que
recibe esta tarde a modo de lluvia y que pedía con insistencia, aunque, eso sí,
con algo de miedo porque ya se sabe, algunas veces se deja venir con una fuerza
que no se espera y causa daños y siempre dolor y pena y todo eso que conlleva
en ocasiones, el campo, decía, está también precioso.
Me vuelto, otra vez, al soneto
de Borges… “La mojada / tarde me trae la voz , la voz deseada, / de mi padre
que vuelve y que no ha muerto”. Hay días, como hoy, como este de enero que ha
superado la mediación, que tienen un tiente especial.
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