Fray Alonso de Santo Tomás O.P.
30 de enero, jueves. Entre
los obispos de la diócesis de Málaga desde la toma en 1486 por los Reyes
Católicos, en sus vidas y gestiones, los ha habido de todos los palos: santos,
buenísimos, buenos, regulares, malos e, incluso, los que no han pisado la
tierra de Málaga.
Entre todos, una figura muy peculiar: Fray Alonso de Santo Tomás. Su nombre, Alonso Enríquez de Guzmán y de Orozco. Poseyó el Condado de Castronuevo y el Marquesado de Quintana.
Nació en Vélez-Málaga, en 1631.
Oficialmente, hijo de José Enríquez de Guzmán y de Porres, gentilhombre de la
cámara del Rey y de doña Constanza de Ribera y Orozco, dama de la reina Isabel
de Borbón… La realidad, otra.
El niño era hijo de Felipe IV y
de doña Constanza. Sus padres se vieron obligados a casarse de prisa y con
grandes recompensas por parte del rey. Se trasladan a Vélez-Málaga. Queda
huérfano a los tres años. Lo crían sus abuelos, y al faltar estos, su tío, que
también fue obispo de Málaga, Antonio Enríquez de Porres.
La primera gran decisión de su
vida la toma en 1646 -tenía 15 años- cuando muere Baltasar Carlos, príncipe de
Asturias. El monarca, desolado, hace intentos de legitimarlo y recibirlo en la
Corte. Alonso se niega.
Sorprendentemente ingresa,
1648, en la Orden de Santo Domingo (se entiende ahora porqué figura… “de Santo
Tomás”) en el Real Convento de Santo Domingo de Guzmán de Málaga, en el Perchel,
con el nombre de Fray Alonso de Santo Tomás.
Estudió en Alcalá y Salamanca.
Regresa a Málaga como prior del convento. Posteriormente, por obediencia,
acepta el nombramiento de obispo de Osma, Burgo de Osma, Soria (no llega a los
dos años) y de Plasencia, Cáceres, (poco más de uno) y lo nombran obispo de
Málaga.
Lo primero que hace es una
visita a la diócesis. En Álora ve el estancamiento de las obras de su iglesia y
le da un impulso que casi las concluye; con el Cabildo Municipal estudian como
atajar los destrozos de las riadas del Guadalmedina, la construcción de la
finca del Retiro en Churriana…
Hombre dadivoso socorrió a la
ciudad de Oran, en 1677, arrasada por la peste y a las víctimas del terremoto
de 1680. Promovió la fundación del Hospital de San Julián. Trajo a Málaga a los hermanos de San Juan de
Dios a los que entregó el Hospital Real. Convocó un Sínodo diocesano para
atajar “abusos, corruptelas y otras costumbres disonantes”.
La enfermedad apagaba su vida.
Se traslado a su comunidad dominica de Santo Domingo donde falleció el 30 de
julio de 1692 con 61 años. Lo enterraron en “su” convento. Miró al cielo y no
perdió de vista la tierra. Uno de los grandes que han pasado por Málaga, igual,
pero diferente.
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