lunes, 13 de enero de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Trenes

 

        


 

                                                                       A mi amigo, Rafael Nuño


13 de enero, lunes. Creo que tengo sangre de ferroviario de adopción. Perdón por hablar de mí.  Siempre amé y me gustó todo lo relacionado con el tren, con las máquinas de vapor, con las vías que, en la distancia, se unían, con aquellos vagones de madera donde viajaban personas que hablaban entre sí y compartían lo poco que llevaban en la talega.

Mis abuelos vivían junto a la vía del tren. A primeras horas veíamos bajar el mixto de Ronda y Antequera. A media mañana pasaba el ‘pescaero’. Una máquina y dos vagones. Decían que corría tanto porque llevaba el pescado a Madrid. El Express estaba cargado de enigma. Viajaba de noche. No paraba nunca. Alejo, el entrañable amigo Alejo me pedía que investigara (¡cómo si él no lo supiese porqué el Express no paraba en Álora¡) La gente, iba en departamentos con lucecitas tenues y distantes que pasaban muy rápidas.

Mi tío Ezequiel era Factor en la Estación de Cártama, y mi tío Ramón, que no era mi tío, pero que sí lo era de mis primos y, por tanto, mío, era el Jefe de Estación. Yo pasaba horas, sentado junto a sus mesas. Uno llenaba papeles de color amarillo y sepia anotando los números que ponía a los bultos que traían los coínos o los laurinos. Se facturaban en aquellos mercancías de media tarde, que hacían maniobras y se arrancaban y paraban con una bocinilla que tocaba un hombre enjuto y arrugado. El otro, mi tío Ramón, trabajaba de noche. Hablaba por teléfono con otros hombres a los que no veía pero que se entendían perfectamente.

-         El 3.489, a su hora

Se hacía un silencio. El otro hombre respondía y mi tío Ramón anotaba, con una pluma que mojaba en un tintero, en un libro con muchas líneas lo que le decía aquel hombre, que yo adivinaba también vestido de azul eléctrico y con una gorra roja, y una banderita con la que daba paso a los trenes, o si la desplegaba les mandaba parar y los trenes le obedecían.

Ya no hay hombres con traje azul (botonadura dorada), banderita y gorra roja en los andenes. Las máquinas no tienen ni vapor ni carbonilla. Otras máquinas silenciosas los han suplido.  Ahora cuando eso que llaman fluido eléctrico falla las máquinas se      quedan paradas en medio de campos inmensos y solitarios. Los viajeros protestan por el retraso (en eso, ya ven, casi no hemos mejorado; en otras, por supuesto que sí).

Y, uno ve cómo pasan los trenes y la vida y la gente a la que, a pesar del tiempo, sigue viva y las sigue queriendo tanto…

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario