2 de
enero, jueves. Dicen que con el Año Nuevo vienen los tiempos de los buenos propósitos.
Duran, lo que un pirulí, (por cierto, ¿eso existe todavía?) en la puerta de un
colegio. Antes los niños tenían la libertad de ir solos por la calle y
compraban en los quioscos… Había un problema, tenían - teníamos - poco dinero
para la hipotética inversión. Esos eran otros lópeces.
Acabamos
de pasar el tiempo de los buenos deseos. En Navidad parece que hay que ser
feliz por decreto, comer por decreto, hablar con gente con las que no has
hablado en tropecientos mil días, por decreto…
Ha concluido
el tiempo de desear felicidad y paz. Eso que hay de desear y renovar cada día.
Lo olvidamos. Ahora ya termina la fantasía de oropel. Concluyen, poco a poco,
la eliminación de las sopas pantagruélicas y las carnes de recetas especiales y
los pescados a no se sabe qué estilo… Quedan mantecados roones y dulces
que cambian de bandejas y posiciones; otros, van a seguir en los comedores
sociales y en el frío de la noche bajo las estrellas.
No se
ha parado ahí. Ahora estos días, con la festividad de Reyes, llega la vorágine
del consumismo. Un amigo escribía esta mañana: “Lo de los regalos es la quintaesencia
del consumo, revestido de amor”. Lo ha bordado.
El
mundo, el mundo real, sigue su curso. En Occidente hemos celebrado el cambio
(¿?) de año y el almanaque nos dice de un nuevo mes, de una nueva semana, de un
nuevo día. El frío de enero está en la puerta. Madrid esta mañana tenía 3º; Málaga18ª.
Como el año pasado, como el otro, como el anterior al otro. Nos venden una
burra con mataduras y en pelo. Y, lo peor es que nos creemos que tenemos un
pura sangre y esas pamplinas.
La
realidad dice que en Nueva Orleans un loco – por llamarlo cariñosamente – se ha
llevado por delante un montón de personas y buscan una justificación a una
situación que no deja de ser tangible, constatada. Como cuando, el día que vas cargado
de ilusión, te das cuenta que te dejan tirado en una calle cualquiera y que
todos tus sueños no eran más que un espejismo. Dicen que los bereberes no ven
agua en los vahos que levantan la calor del desierto. Ellos sí conocen la
realidad.
Quizá
habría que tener más la consciencia cercana, a la mano y no ampararse en la utopía.
Claro que nos gustan más el segundo refugio que admitir que la tierra solo
tarda veinticuatro horas en darle la vuelta al sol y que dentro de trescientas
sesenta y cinco vueltas estaremos, otra vez, con la monserga de desearnos todas
esas cosas bonitas que nos sacamos de dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario