Mañana de sol y viento fresco;
no hay nubes que traigan esperanza de un cambio de tiempo. El azul, precioso,
intenso y según en qué momento, delicado,
sutil, turquesa como el manto que se va a poner la Inmaculada el mes que viene.
Salgo temprano. Leve olor a pan caliente. Viene de la
panadería de la esquina. Antes las panaderías caldeaban con leña de la sierra.
Los mulos cargados dejaban en las puertas de las tahonas olor a romero y a tomillo,
a retama, a aulagas y a arbolinas; ahora, con la tecnología las panaderías cuecen el pan caldeando los hornos eléctricos y claro, el progreso es otra cosa. Las
panaderías casi han perdido el olor.
Tiempo de dulces precursores de
la Pascua, la Pascua de la Navidad, la de los fríos y nieves – lo de la nieve,
también era antes - en las cumbres, la de los ríos con peces que no paran de
beber y la de pastores con ovejas que pastan en montes de arpilleras. Tiempo de dulces propios: mantecados,
pestiños, alfajores, roscos de vino y de anís… La navidad tiene sus dulces.
Es, también, tiempo de empanadillas. Cuando yo era niño de
Nerja venían unas batatas blancas, las llamábamos ‘boniatos’; las de aquí eran de color rojizo, anaranjado y
las llamábamos ‘californias’, y tras la
cocción en una olla de agua que levantaba pompas al hervir, se hacía una pasta dulce, única, excelsa. Era
el polvo de batata; o lo que es lo mismo, la gloria bendita al alcance de la
mano.
No es cuestión ni de
peroles ni de lenguas achicharradas
porque los niños golosos no teníamos paciencia
- ‘que no tienes espera’, me decía mi madre – para aguardar que una vez
sacada de la sartén, la empanadilla rellena,
provocativa, sustanciosa, picarona se ofrecía en un plato emborrizado en
azúcar.
Les hago una proposición deshonesta. Un par de empanadillas - más no, que luego se engorda y no abrochan
los cuellos de las camisas – y un par de copitas de anís de Rute… Con tientos
callados y silenciosos, como los que
daba el Lazarillo al jarro del ciego, como se sirve el pecado bueno y, luego…
Bueno, luego, me lo cuentan, pero no me echen a mí la culpa...
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