viernes, 24 de noviembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Clamor

Dicen que si las borrascas no entran por Cádiz en Andalucía no llueve. Dicen que el anticiclón de las Azores está apatarrado sobre el Atlántico y no hay quien lo mueve. Dicen que las corrientes ‘en chorro’ que subían desde Canarias camino de las tierras de Europa se han desorientado y están perdidas por no se sabe dónde.

Está el anticiclón como esos políticos enganchados al gachero que no hay quien los mueva. Claro que a los políticos les va por la teta y nadie conoce  qué beneficios saca el anticiclón con su postura dura y estática sin que dé opciones a las borrascas a seguir su ruta.

Están resecas las lomas. La gente del campo ha sembrado guiada por la fe que siempre los guía. El campo siempre se mueve por la creencia de que algo vendrá: la lluvia, el aire, el tempero, o la calor para que espiguen los trigos. Alguien manda sobre todo eso.

Parece que ese Alguien  se ha olvidado de nosotros o tiene otras cosas en qué pensar y  no nos ha echado muchas cuentas este otoño. Desde hace tiempo las nubes se van por otra calle. No hay una nube en el cielo ni para enseñarla a los niños que ya ni las recuerdan cómo eran…

Los veneros desangrados, los pozos secos. No corren ni cañadas ni arroyos; el campo es un clamor. Pide agua a gritos. Pide una solución. La cosas como tarde en venir la lluvia puede que ocurra como aquellos municipales antiguos de los pueblos que llegaban cuando ya había terminado la pelea en la taberna.

Las imágenes de las televisiones enseñan los fondos de los pantanos. Algunos llevaban tanto tiempo debajo del agua que ahora hay quien ha descubierto que en aquel valle había un pueblo, y en el pueblo tenían una iglesia, y la iglesia una torre, y en la torre unas campanas. O sea en aquel pueblo había vida que quedó muda bajo la masa líquida.


Puede que la mudez, como siga la cosa así, no va a quedar  enterrada  en ningún fondo tenebroso. Estará a vista de todos sobre un soto, sobre un alcor, sobre cualquier costera, en un valle que fue verde y tuvo árboles y pájaros anidando en primavera porque la sequía la dejará marcada hasta que Dios se apiade y mande que se acabe todo esto.

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