El sol se abrió paso con
trabajo entre las nubes. El cielo estaba entolado. Eran nubes ‘revenidas’ como
los niños traviesos que ni sí, que ni no, sino todo lo contario. Ni nubes de
las que vienen cargadas de agua del Atlántico ni esa nubes que preludian y
anuncian lo que viene detrás pero que va a llegar de un momento a otro.
No había jilgueros picoteando
en los cardos de los bordes del camino. Desde que se fueron las golondrinas los
pájaros están tristes. Las golondrinas escribían en morse desde los cables del
teléfono y, ahora, en otras tierras de
muy lejos andarán buscando los bichillos del aire pero como no sabemos si allí
habrá cables para escribir mensajes pues a lo peor también ellas están tristes
y un poco desorientadas.
La parra ha comenzado a
desnudarse. Las hojas se han puesto de color tabaco y no aguantan ya sobre los
sarmientos y cómo el calor del verano – aunque no ha llegado el frío – ya sabe
que no es ni su tiempo ni su hora pues ellas han decidido bajarse hasta el suelo
y alfombrarlo de todo otro color distinto.
En el ciprés grande, el que
está en la esquina, hay una pareja de tórtolas. Son tórtolas invasoras. Las del terreno, las pocas que quedan también
pusieron mar de por medio y dicen los que saben que se fueron a tierras de
África. Estas tórtolas son pájaros sin gracia. Ni arrullan ni tienen esa
llamada amorosa de las siestas largas para acompañar la pareja que aguarda en
el nido.
Los pajarillos de otoño, los
que llegan cuando aparece el cambio de tiempo, o sea los pichis y los pajaritos
del agua andan este año retrasados. Hace uno días anduve por tierras de
Castilla. Por allí aún están las cigüeñas que dicen que ya no se van como otros
años pero como por mi tierra no hay cigüeñas…
La mañana se abrió paso a duras
penas. Dice el hombre del tiempo que va a llover. Los hombres del campo nos
hacemos dos preguntas ¿cuándo? y ¿cuánto? Los hombres del campo vemos como
llega la mañana y la tarde y la noche y nuestras preguntas siguen sin
respuestas.
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