Primero fue un repiqueteo sordo
sobre los cristales de la ventana. Luego, algo sordo y extendido. Era la
música que viene cuando sube de tono y pasa de aguacero a
chaparrón y, si continua, al rato, a eso se le llama lluvia. Era de madrugada…
Cuando abrió el día el cielo
tenía los paños puestos; El Hacho, la capucha echada. El refrán lo anunció hace
muchos años: “Si El Hacho se pone la mantilla, suelta los bueyes y vente a la
villa”. La mañana no dio opción ni a uncir la yunta, ni siquiera a sacarlos al campo y llegar a la
besana. Ya llovía.
A lo lejos, a medida que la luz
se abría paso, todo era una niebla blanquecina. Los gorriones que pasan la
noche en el ficus del parque tuvieron que coger el impermeable para echarse,
como cada día al campo. Los gorriones vienen cada tarde cuando se va la luz a
recogerse y pasan la noche al abrigo del árbol frondoso. Esta mañana han visto
su costumbre de madrugar un poco cambiada.
Las sementeras, en todo su auge. Vuelvo con otro refrán: “Por
san Andrés – hoy es, precisamente, san Andrés- ni a tu padre se las des. Ni
quince días antes, ni quince días después”
Ya tienen que estar, y el que no lo haya hecho que aligere, las semillas
enterradas bajo el surco.
Dentro de unos días las lomas
se pondrán un manto verde de esperanza y para cuando lleguen los meses de
mayores de abril y mayo espiguen y encañen los trigos y el viento bambolee las
espigas en las costeras y en las lomas. Ahora, les toca nacer y pasar las
noches cuando lleguen los fríos de enero, para darlo todo cuando llegue su
tiempo.
Tarde otoñal. Bendita lluvia.
Ha venido un poco tarde. Se ha hecho esperar. Álora emerge del vaho de nubes. En
otros sitios la cosa no ha pintando así. Ahora desde detrás de mi ventana,
recuerdo la palabra docta, precisa y oportuna
del maestro Barbeito y escucho a
Dios que sigue tocando el arpa de la lluvia…
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