Verano. La montaña
palentina, verde. El paso de la Cantábrica por el puerto de San Glorio un adiós a una zona montañosa, preciosa, única.
En las cumbres, en algunas cumbres muy altas aún había pinceladas blancas.
Remedos de las nevadas de invierno que casi les da la mano al otro invierno que
tiene que venir pronto. Huele a yerba recién segada por la guadaña en los
prados de las alturas.
En Aguilar de Campoo parada
obligatoria. Por muchas cosas, entre otras, por echar un vistazo a las ofertas
del románico, aquí algo más que buenas. Un rosario de monumentos ha perdurado a pesar del paso del tiempo.
Tienen tanto que uno se asombra con la generosidad del patrimonio.
En Aguilar, me había dicho, ‘sales
a la puerta con el café con leche en la mano y con
el olor que vine a galletas… ¡ya has desayunado!’ Es verdad. Hay pueblos
que el olor forma parte de su esencia. Son parte de ellos mismos o lo que es lo
mismo. El olor es patrimonio, también de algunos pueblos.
Es difícil pasear por las
calles de Cuacos de Yuste y no gozar del olor a pimentón que sale de cualquiera
de sus fábricas. El pimiento de Vera, seco y luego hecho esencia por el molino
será mensajero de la comarca en muchos sitios.
Algo parecido ocurre con Estepa. Según qué
tiempo el aire lleva por las esquinas el olor a mantecados. En Estepa, dicen,
que cuando llega el verano hasta el
calor tórrido se rinde a lo que sale de los obradores de su industria.
Huele a aceite nuevo en las
almazaras de Badolatosa, y en Osuna, y en Marchena, y en La Roda de Andalucía que
ahora tienen un problema enorme con la aceituna negra porque que el señor
de pelo tintado de color de las panochas dice que si hay aranceles nuevos que
sí que hay entrada en su país. O sea que huele a problema viejo.
Todos son esencia para los
sentidos. Hay uno, uno solo, que les puede a todos. Noches de abril. Del río
sube penetrante, sugerente, sublime. Es el azahar de la huerta…
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