miércoles, 22 de noviembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paseo

A media mañana el pueblo estaba bajo un cielo azul y limpio.  Ni una sola nube.  Al otro lado del río se recortan  los cerros  que separan las cuencas de las agua que vierten al Guadalhorce y las que van al Guadalmedina.  A esos cerros que no son ni altos ni bajos los llamamos ‘Los Lagares’.

El pueblo se perdió detrás de la primera curva. La curva en la que estaba, cuando yo era niño, la casilla de Leonor.  “Desperté de ser niño / nunca despiertes” escribió un día Miguel. Ahí, precisamente ahí, entonces,  empezaba el campo.

 Ahora,  el pueblo se ha hecho más grande y desde esa primera curva de la carretera hasta el Quebraero han levantado  bloques de pisos, y  casas, y una bodega, y hasta una gran superficie hermana de otras que se extienden por toda España y que pone sus letras en color verde.

El nogal de la curva grande  ya ha comenzado a despojarse de sus hojas. El nogal  deja el ropaje del verano;   muestras sus ramas sin hojas. Los árboles de hoja caduca, en otoño  pierden el pudor y muestran desnudas sus ramas y las deja que las acaricie el viento…

Por la lejanía, por la tierra de lomas onduladas que  que casi no verdeguean porque no les ha venido  el agua del cielo  pasa un tren moderno. Es el AVE. Son trenes de una velocidad deslumbrante. Cruzan raudos. Las distancias ya no se miden en kilómetros sino en tiempo. Dicen que Madrid ya está a tres horas menos cuarto; y Zaragoza, a cinco; y, Barcelona,  a seis…


Un grupo de hombres mayores camina despacio. Se tocan con gorras de paño; llevan en la mano bastones… Hablan entre ellos. Dejan que todo sea una sucesión de horas. Un día aparcaron la prisa. Pasa dos ciclistas; se hablan con la voz entrecortada. Mujeres;  gente joven. La carretera es un hervidero. A lo lejos espera, como cada día, el pueblo bajo un manto de Vía Láctea  derramada.

Resultado de imagen de ave por alora


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