lunes, 6 de noviembre de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de Dios

Amanece.  Ya está aquí la Luz de Dios. El sol aún no llega a un palmo sobre el horizonte. Sube despacio, lento, sin bulla. No está quieto. Se abre paso entre la bruma de la mañana. Es una bruma gris, rosácea, anaranjada como si le hubiese arrebatado parte del color a los naranjales de la vega.

Están en la penumbra los árboles de la ribera. El río es un espejo donde se ven la cara antes que la luz lo inunde todo y se apodere del campo, ese campo que se despierta, poco a poco, entre los trinos de los pájaros que dentro de nada se irán en la búsqueda de su  sustento.
El río viene con el agua en calma. El río, también, se despereza a esas horas en que todo está entre la penumbra y la luz. El río se abre en la marisma; se recrea. La llanura lo acaricia antes de su entrega, de lleno, en la mar, “que es el morir”.

Viene de lejos. De tierras de sierras con pinos y aires de silbos en las noches de otoño. Cruza, luego, entre olivos, y ve cómo se han arracimado las aceitunas para formar collares de pulpa carnosa en sus ramas.  Dentro de poco serán ungüento sagrado cuando la piedra del molino las lleve al sacrificio.

Más abajo las huertas de naranjos le dan aromas de azahar en abril y verdor en las siestas asfixiantes del estío. Son árboles generosos. Desde su interior, cuando llega su tiempo, sus frutos colorean entre las hojas protectoras del rocío mañanero.


Ahora, en la fotografía no se ve el campo; se intuye. Solo se ve el río; el río que acaricia y besa. El agua fertiliza  la llanura; crecen los arrozales. El río da vida a las garcetas bueyeras  y a todas las aves que se vienen a su suelo para cumplir el ciclo vital y a esos toros imposibles que  comen margaritas en primavera y nunca van a tener los ojos verdes. Amanece. Solo un palmo sobre el horizonte… Se abre, poco a poco el día.

La imagen puede contener: personas de pie, cielo, árbol, crepúsculo, exterior, naturaleza y agua




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