martes, 20 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sísifo y la piedra



Nació en Jerez de los Caballeros, donde Extremadura y Andalucía casi se dan la mano. Siglo XVI. Se llamó Vasco Núñez de Balboa, y además de fundar una ciudad estable en Panamá, descubrió el Océano Pacífico. Antes de marchar a América estuvo a las órdenes del Señor de Moguer, Pedro Portocarrero, y había vivido en Córdoba y Sevilla…

Hasta aquí, algo desconocido para muchos. Otros saben que en Madrid hay una estación de Metro que lleva su nombre y puede que, cualquier día, algún iluminado de los que tienen muy desarrollado el gen de eliminar todo lo propio, quiera borrarlo de la Historia.

Ya lo intentó Pedrarias por envidia y por el afán de tener más riquezas que él, lo acusó de conspirar contra el propio Rey. Fue absuelto dos veces, pero terminó en el patíbulo como consecuencia de las traiciones – Pizarro se consideraba ‘amigo de toda la vida’ ¿a que esto suena, verdad? – de los que habían colaborado con él o se habían enriquecido en su compañía. Miseria humana sin límites.

No es el único caso en la Historia de españoles en la conquista de América. Españoles contra españoles. Ese gen anidado en mediocres y  perdido en la cadena de nuestro ADN, autodestructivo, que surge cada periodo de tiempo y que intenta sacar cabeza cortando la de los otros.

Alguien dijo que admiraba a España, porque no había ningún país con más afán contra sí mismo que el nuestro, pero que al no conseguirlo, se adormecía periódicamente, para reverdecer unos años después cuando era más inoportuno. Parece que la cosa no está muy complicada de entender.

Sísifo fue un ser de la mitología griega. Hijo de Eolo (dios del viento, que ya es casualidad) y Enareta. Dicen que fue condenado a los infiernos por asesinar a viajeros, por haber traicionado a Zeus, o por su impiedad. No está claro. Lo cierto es que hizo unas recomendaciones a su esposa que no cumplió. Le concedieron volver a la tierra para vengarse de ella, pero no volvió, hasta que muere de viejo.

Lo condenaron a empujar una piedra monte arriba, que cuando llegaba a la cumbre se precipitaba hacia el fondo. Así, eternamente. ¿Tendremos los españoles una condena parecida a la de Sísifo? Si no lo es, se parece un montón…


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