Era la mañana del 7 de octubre de
1571. En el golfo de Lepanto se enfrentaron dos colosos: uno europeo, que
entonces aún no se consideraba así; por el otro, los otomanos o turcos que
estaban en expansión y amenazaban a todo el Continente.
El Mediterráneo era un avispero.
Verán. Metan en una coctelera intereses de genoveses, venecianos, españoles,
franceses -que negociaban son los turcos -, protestantes, católicos, caballeros
de la Orden de Malta, Caballeros de San Juan, los Estados Pontificios, jesuitas
y franciscanos, capuchinos, y al final, los dominicos que sacan la mayor
tajada, entre otros. Todos iban a ver
qué podían trincar pero ninguno se fía del que tiene enfrente.
Aparecen nombres que a pesar del
tiempo transcurrido desde entonces, aún en algunos sitios no les han quitado
todavía las calles ni monumentos erigidos en las plazas en su honor: Juan de
Austria, Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Luis de
Requesens…; Selim II Alí Bajá, Mahomet
Negroponte, Uluh Alí…
Y entre todos, uno desconocido
entonces, que pierde el brazo izquierdo, que dice que aquel combate fue el más
grande de la historia y que los siglos venideros no verán otro igual. Aquel
manco, se llamaba Miguel de Cervantes, y escribió una obra sublime de las que
muchos hablan y que ojalá la leyésemos más: El Quijote..
Se usan galeras, picas, cañones,
artilleros, arqueros… Los turcos, a la ‘chusma’, cristianos hechos prisioneros
en otras batallas anteriores. El cambio de viento aquella mañana, se atribuye a
una intervención divina… Todo estaba preparado y todo salió bien para unos, un
desastre para otros. El avispero siguió avivándose para momentos posteriores.
Los resultados de la victoria
para unos, un milagro atribuido a la Virgen del Rosario, a la que rezaba
aquella mañana el papa Pío V, y que la iglesia canonizó después. Su cuerpo
expuesto, se venera en Santa María la Mayor de Roma. Otros opinan que la
estrategia de Andrea Doria, genio para moverse en el mar, se impuso a la de Don
Juan de Austria que era un lince, pero en tierra. El marino colocó los barcos
de tal manera, que no había más remedio que luchar… Aquel día pasó a la
historia como el día en que la escuadra cristiana de la Santa Alianza venció a los turcos en
Lepanto.
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