domingo, 11 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viajero

 



El tren de la vida venía de alguna parte. Lo dejó en la estación una mañana de invierno. Fría, era enero por más señas, y con el encargo de andar su camino, como a tantos otros que por el mismo día se fueron quedando en los andenes de otras estaciones en otros pueblos.

Cuando se hacía grande comenzó a saber los nombres de las cosas. Conocía el de los árboles, y el de los pájaros, y el  nombre del río por donde bajaron sus primeros vuelos y el de los arroyos y… Le encantaba escuchar cómo cantaban los pájaros cuando apuntaba el alba los amaneceres de primavera. Supo también de otras cosas con nombres propios: cariño, soledad, desencanto, ilusión…

Olía el olor a tierra mojada después de la lluvia y el olor caliente que abre el surco del arado. Percibía el vaho caliente que se esparcía por el aire después de romper la reja la tierra y veía confiadas a las pipitas que picoteaban los bichillos que salían a la luz que lo llenaba todo.

Sabía del olor de la barcina y del acompasado de las cencerras de las yuntas que acarreaban la mies a la era y del lamento de las ballestas de las carretas,  y cómo se metía el tamo en la garganta cuando el rulo daba vueltas y la cobra de yeguas trituraba con sus patas los pajotes secos y todo era estío a pedir de mano.

Conocía los nombres de las yerbas: las que venían de la mano del invierno y las que sacaba la tierra cuando tocaba verano. Observaba cómo pasaban las nubes cuando en los días de otoño anunciaban agua y el viento las espurreaba por las cumbres de las sierras…

El viajero era consciente que navegaba en una balsa de madera frágil en un mar encrespado. A veces, tempestades; otras, muy pocas, en calma. Cuando arreciaban las olas se agarraba con todas sus fuerza al palo que servía de timón. Algún día, los vientos y el temporal lo romperían y aquel día sería el fin de sus sueños de fotógrafo de parque que anhelaba plasmar el bosque y sus colores azules, rosas, celestes como las tardes de cielo plácido, lilas como las rosas que él cultivaba, y…

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