Cuatro
mil años antes de Cristo, egipcios y
babilonios los tenían en sus mesas. Luego, se expandieron por el Este.
Llegaron hasta China y saltando el mar, al Japón, aunque allí cambió de color y
se hizo ‘negro’. Los romanos y los griegos los difundieron por Europa…
Tiene
mala literatura, sobre todo en el refranero, cuando se quiere despreciar algo
de poco valor: “Me importan un rábano”. Cervantes le dio mejor trato. Lo
cita en una de sus novelas ejemplares: Rinconte y Cortadillo.
Verán,
aparece en escena una vez hechas las presentaciones en el patio de Monipodio, y
después de dejar las cosas muy claritas sobre todo en aquello de ‘tú hurta y
reparte’ que luego es imposible recoger, y quién es el que manda allí y todo lo
que convenía aclarar…
Cervantes
pone un párrafo delicioso: “Ida la vieja, se sentaron todos alrededor de la
estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles; y lo primero que sacó de
la cesta fue un grande haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y
limones, y luego una cazuela grande llena de tajadas de bacallao frito”.
Luego,
va un poco más allá. Informa de “medio queso de Flandes, y una olla de
famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos, con
su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas
de Gandul”.
En Pueblos
en cuerpo y alma, Antonio García Barbeito dice: “En la carretera, de día, puestos ambulantes de
huerteros que ofrecen naranjas pintonas, lechugas, rábanos, aceitunas aliñadas…”
El
rábano es muy bajo en calorías, rico en agua y por tanto un gran hidratante del
cuerpo. Su consumo, beneficioso para la función hepática y biliar. Tiene
abundancia de minerales (magnesio, fósforo, potasio, hierro y calcio). Y por si fuera poco, además es rico en
Vitamina C y agrega un sabor – algunos, otros no – picante, lo que lo hace aún
más apetitoso.
Precisa
de terrenos ricos en materia orgánica, bien drenados y sin encharcamientos. Su
crecimiento es rápido, lo que permite que las cosechas se escalonen, si bien la
carencia de agua los puede hacer crecer huecos – ‘lluecos’, los llama el
pueblo- y con poca consistencia con un crecimiento radicular excesivo. Frescos
y con un espurreo de sal… ¡Exquisitos!
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