miércoles, 7 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El otoño naïf de Rittwagen

 


Jaime, Jaime Rittwagen, es uno de esos ángeles que a Dios le salió un poco grande y lo echó a la calle para que fuese repartiendo sonrisas, como las nubes de otoño reparten gotas de agua,  los jazmines perfume al anochecer y los trigos espigas en mayo…

Jaime, un día de no sabemos cuándo, se entretuvo en tomar la paleta y mezcló los colores como los niños  - porque a veces, Jaime, saca toda la alegría que los niños llevan dentro -  y dejó pinceladas sueltas, que luego unidas, se convertían en cuadros naïf donde la realidad de cada día tomaba el pulso constante de la vida.

Buscó respuesta a aquellos versos de su amigo Manolo: “Vine a la mar dudando si estaría / donde yo la dejé: junto a la raya / donde la espuma eventual acalla / su antigua discusión con la bahía”…, y entonces él, que también es hombre de calle, no se fue a buscar la mar, sino la Plaza de la Merced y se la llevó de la vida, al cuadro.

Y tomó una de esas tardes en las que el verano se remolonea en Málaga y la gente derrama  bullicio y algarabía… y la plaza se hacía vida en el coche de caballos, en las bicis y en los carros, en el utilitario amarillo,  en los niños que jugaban,  en la señora de rojo con bolso nuevo, y en el perro vagabundo que también salía de paseo.

Y fue cuando echó mano, otra vez, a los versos del poeta amigo y como Alcántara, que había espurreado su niñez un poco más arriba, en la calle del Agua, donde la Virgen de Gracia ‘era su vecina de enfrente’,  fue y nos contó que: “Por los tejados del pueblo / anda la brisa marina, / con los pies de sal y silencio”.

Plaza de la Merced, de cielo dorado en otoño, ese dorado que solo tiene Málaga cuando el sol juega a irse por detrás de la Sierra de Mijas, que se empina  para que el reloj de la catedral juegue al escondite entre las ramas de los árboles…

Por la bahía, a lo lejos, unos barcos grandes cruzan  un mar azul de sirenas y delfines, cargados en su interior de la bonhomía y sensibilidad con la que Jaime Rittwagen nos atrapa en sus cuadros únicos, reales y profundos.


 

 

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