De mediodía arriba, ayer llovió en media España. Las imágenes de Encinasola y Sevilla, despertaron anhelos de deseos dentro del alma. Allí, me dicen, llovió e hizo viento. ¡Cómo me hubiera gustado escuchar el repiqueteo de las gotas de lluvia en el cristal de la ventana¡ Se necesita por estas tierras el agua de otoño. Trae la bendición del cielo y la gracia de Dios en su mano. El campo lo pide a gritos. Todo está agostado y sediento.
Miles de gorriones, cada atardecer, buscan cobijo en los ficus de la Avenida. Pían y pían, y tienen un gorjeo discorde y chillón. Deben andar a la gresca en disputa por la mejor rama o por el mejor refugio nocturno. Estos gorriones viven ajenos a lo que pasa en el mundo. ¿En el mundo de los gorriones existirá la felicidad?
Hurgo en los papeles viejos. Me encuentro con una litografía que recoge el Arenal de Sevilla, Siglo de Oro. De allí partían los barcos que iban al Nuevo Mundo. Ese otro mundo tan lejano y soñado, que quedaba tan lejos.
Recuerdo
ahora un mediodía sentado junto a la orilla del mismo río, aguas abajo,
compartiendo mesa y amistad, en Coria del Río. De pronto, apareció un barco,
descomunal. Uno, que es de secano, se quedó sorprendido ante tanta belleza que
aparecía de pronto, sin anunciar que venía…
El barco,
subía sin prisa pero lentamente. Venía de alguna parte y como en los versos de
Lorca para barcos, aunque éste no era de vela, Sevilla tiene un camino. Era el
camino que llevaba, su camino. Los barcos que yo he visto en mi litografía son
‘otros barcos’.
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