jueves, 22 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Gracia de Dios

 

 


¿Llueve? ¡Llueve…! Primero, era un ruido sordo, algo así como un tropel de angelillos traviesos que salen al recreo y se empujan por las escaleras del cielo, para ver quién llega el primero al patio, y el más veloz, aquel angelillo rubio de piel blanca y mofletes gordos, se ha puesto debajo de los palos de la portería y ha gritado: ¡Primerooo…!

Después, todo se vistió de gris. Era como un tul extendido desde las alturas, y en la lejanía se difuminaban los montes y las sierras estaban cubiertas de nubes, y el agua descendía con esa mansedumbre con que solo baja la lluvia cuando lo hace con la bendición de esta mañana.

Llueve sobre el campo. Están sedientos los terrones de la sementera que abrió  el arado que crujía bajo el tiro de la yunta de andar lento, monótono, cansino… Se empapa el campo y no deja que se escape ni una gota, ni la más traviesa de las gotas.

En posición estoica, ofrecen los olivos su cosecha, con las ramas generosas aguardando la lluvia durante muchos días, muchas semanas, mucho tiempo.  Se resistía, no quería venir hasta que Él quiso, y quiso y se esparció por todos los rincones  y dejó la firma de Dios, generosidad y dulzura.

Uno, en estos momentos, se acuerda de aquel hombre viejo a pesar de que sus años aún decían que era joven, pero al que hirió el dardo que le asignó Cupido, amando lo que puede tener de hospitalario y desde su clase oscura en el caserón soriano, veía la “monotonía de la lluvia tras los cristales”

 Pienso también, en esa balada que Serrat llevó al pentagrama, pero que como no conocía los campos de aquí, no sabía de granados que comienzan a vestirse de oro viejo, ni almeces medio deshojados con las bayas negras que ponían a los niños los labios de palodú, ni caquis maduros para merienda de pájaros, ni de nueces que bambolea el viento en los pimpollos más altos de las ramas…

Llueve. Dios ha querido que sea así y ahora el campo lo agradece y dentro de unos días se vestirá con un manto verde y se cargarán los veneros que llenarán los pozos. Y cuando el eco pregunte: ¿Está Dios ahí? dirá: Síííí…., y se perderá hasta un infinito de no sabemos dónde…


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario