miércoles, 28 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Viento ábrego

 


Me he llegado hasta la Fuensanta. Tenía ganas de echarme el otoño a la cara. Una niveladora ha pasado por carril que lleva hasta la cumbre. Lo ha dejado aceptable dentro de lo que se puede pedir a través de la sierra. El arroyo baja seco. Tampoco echa agua la fuente del camino.

Me he encontrado con varias sorpresas: no ha llegado el otoño – ‘no por mucho madrugar amanece más temprano’, aunque ya es tiempo  - y, en un país como el nuestro, de naturaleza arboricida, hallo que han talado algunas choperas. Los varetones nacidos en primavera ya viraban a oro viejo, y las hojas anuncian que emprenden el último viaje antes de terminar como alfombra de sotobosque y volver a la madre tierra.

He subido hasta la cumbre cuando el carril comienza a bajar hacia Tolox. Pasado los primeros pinsapos que están donde siempre he vuelto sobre mis pasos. Luego, junto   los tapiales, he puesto el hato. El convento, lo que queda del convento de las Nieves, está más al fondo. Lo explotan como apartamentos rurales... Un letrero en la puerta de hierro anuncia que es propiedad privada y un número de teléfono indica para quien quiera contactar…

Me siento en uno de los merenderos preparados para acampadas temporales. Otras familias, como nosotros, también reponían fuerzas. Unos letreros en la puerta de los servicios informan que debido a la pandemia están y permanecerán cerrados…

Paseo mis ojos por la naturaleza que me rodea. Se oye el silencio. Lo rompe el silbo del viento. Los pinsapos se preparan como esperando algo grande. Se me antojan como el anticipo de otra cosa. Son árboles de tiempos muy remotos. Ellos no son de este mundo.  El viento revuelto y ábrego de media tarde dice que se ha terminado el verano; la vegetación agostada lo rubrica.

En El Burgo opto por tomar la carretera del Serrato. Un cartel me anuncia que ya no es Sierra de las Nieves sino Serranía de Ronda. Ya se sabe, el hombre, como los perritos en la esquina, acotando propiedades.

Al volver a casa abro las “Florecillas” del Poverello de Asís. Copio literalmente: “no hay aquí cosa alguna preparada por industria humana, sino que todo lo que hay nos la ha preparado la santa providencia de Dios”. Me resisto y me pregunto ¿la tala también?


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