Me he llegado hasta
Me he encontrado con varias
sorpresas: no ha llegado el otoño – ‘no por mucho madrugar amanece más temprano’,
aunque ya es tiempo - y, en un país como
el nuestro, de naturaleza arboricida, hallo que han talado algunas choperas.
Los varetones nacidos en primavera ya viraban a oro viejo, y las hojas anuncian
que emprenden el último viaje antes de terminar como alfombra de sotobosque y
volver a la madre tierra.
He subido hasta la cumbre cuando
el carril comienza a bajar hacia Tolox. Pasado los primeros pinsapos que están donde
siempre he vuelto sobre mis pasos. Luego, junto los
tapiales, he puesto el hato. El convento, lo que queda del convento de las
Nieves, está más al fondo. Lo explotan como apartamentos rurales... Un letrero
en la puerta de hierro anuncia que es propiedad privada y un número de teléfono
indica para quien quiera contactar…
Me siento en uno de los merenderos
preparados para acampadas temporales. Otras familias, como nosotros, también
reponían fuerzas. Unos letreros en la puerta de los servicios informan que
debido a la pandemia están y permanecerán cerrados…
Paseo mis ojos por la naturaleza
que me rodea. Se oye el silencio. Lo rompe el silbo del viento. Los pinsapos se
preparan como esperando algo grande. Se me antojan como el anticipo de otra
cosa. Son árboles de tiempos muy remotos. Ellos no son de este mundo. El viento revuelto y ábrego de media tarde dice
que se ha terminado el verano; la vegetación agostada lo rubrica.
En El Burgo opto por tomar la
carretera del Serrato. Un cartel me anuncia que ya no es Sierra de las Nieves sino
Serranía de Ronda. Ya se sabe, el hombre, como los perritos en la esquina, acotando
propiedades.
Al volver a casa abro las
“Florecillas” del Poverello de Asís. Copio literalmente: “no hay aquí cosa alguna preparada por
industria humana, sino que todo lo que hay nos la ha preparado la santa
providencia de Dios”. Me resisto y me pregunto ¿la tala también?
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