Hace años, cuando yo era joven,
el Ideal de Granada que a mi pueblo venía con un día de retraso – ¡qué
tiempos aquellos, ¿verdad? - publicaba una viñeta en la que mostraba un viajero
aburrido, que contemplaba el paso del paisaje desde la ventanilla del tren. Un
pie de foto, insinuaba: “mejor, con un libro”.
Aquello era una manera de empujar
sutilmente hacia la lectura, al mismo tiempo que le dada un toque a aquella
persona ociosa que dejaba pasar el tiempo sin aprovecharlo siquiera en la
contemplación del paisaje que se le ofrecía gratis al otro lado del cristal de
la ventanilla.
Felipe, Felipe Aranda, que está
en todo, va por la calle con un ojo que mira y ve y un objetivo que lo plasma e
inmortaliza. Por la pinta, el hombre de la foto es un extranjero, o sea un
hombre que nació en algún lugar remoto y que por avatares de la vida, eligió en
un momento cualquiera, éste para pasar sus días.
No es un hombre aburrido, ocioso
o que esté perdiendo el tiempo. En absoluto. El señor a quien no tengo el honor
de conocer, está totalmente inmerso en la lectura… Lo tienen atrapado las letras
hilvanadas que componen palabras escritas, que transmiten un mensaje. El hombre
está en lo suyo. No percibe ni se distrae por nada que venga de fuera, del otro
lado de la reja que lo separa de la realidad del mundo exterior.
El autor del libro, el herrero
que hizo la forja y la anudó con una perfección inusitada, milimétrica, ni el
lector que deja que su vida se derrame sobre las páginas, nunca pensaron que un
fotógrafo, o sea un notario gráfico de la realidad que se llama Felipe Aranda,
iba a dejar constancia de ese momento de placer que proporciona la lectura.
Los libros, amigos silentes, esperan
siempre sin una queja, sin un reproche, sin una mala cara, por mucho tiempo que
pase sin que reparemos en ellos. Dicen las estadísticas, que cada día se lee
menos a pesar de que se publican muchas, muchas obras donde los autores ofrecen
un mensaje para quien quiera detener sus pasos en el camino y como este señor
anónimo, opte por sentarse en una mecedora al otro lado de la ventana y se recrean
con lo que ellos ofrecen.
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