jueves, 29 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ... Y Sevilla.

 


¿Sabes? Me he echado a andar por la ciudad. Sin rumbo, como quien va a ninguna parte. No tengo prisas. Ando despacio. Miro a los lados. Dejo que el viento acaricie mi cara y entre dos luces siento el embrujo de esta ciudad única. Voy despacio, me adentro por el Callejón del Agua. Sé que en su estrechez,  ya no resuenan los caños como sonaron en otro tiempo, cuando traían el agua de Carmona…

Una placa me dice que aquí estuvo alojado Washington Irvign y que escribió los Cuentos de la Alhambra. ¿Será verdad? Es un patio umbrío. Está lleno de enredaderas y yedras bravías, de macetas de sombra…

De pronto, se me viene a la mente la letra de aquella canción de cuando éramos jóvenes, tan jóvenes, que hasta creíamos en muchas cosas. Parecía una premonición: “Me he equivocado tantas veces, ahora que ya lo sé…” Es como un susurro que cruza el viento…

Sigo andando. Otra placa, en la fachada de una casona, recuerda al Marqués de Vega Inclán, responsable de la recuperación del Barrio, este Barrio de Santa Cruz, de misterio y encantado, con los Jardines de Murillo al alcance de la mano, y los Reales Alcázares y buganvillias en las tapias y las campanas de la Giralda que lo llenan con sus toques cuando anuncian algo….

“Fue una locura aceptar aquella cita…” , resuena en el recuerdo, la canción… ¿Y si no lo fue? Me pregunto. No encuentro respuesta. Sé de pillos y truhanes, que no  lejos de aquí, en una taberna, la Hostería del Laurel se rendían cuentas pendencieras: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud, don Luis”. Otros, tan pillos como aquellos, se repartían oficios en los escalones de la Catedral. Cervantes los vio, los conoció y se los llevó a la historia.

Sevilla, ¡ay Barrio de Santa Cruz! Tópicos y realidad de la mano… ¿Sabes? aquella tarde, de la tuya me dijiste: “Se llama calle de los Abades porque así era como se conocían a los canónigos de la catedral”. “Pero la nostalgia de verte de nuevo…”  Voy a anotarlo. Perdido entre la gente, echo mano al bolsillo interior de mi chaqueta. Saco el pequeño bloc de notas y un lápiz: “Doña María Hotel…”


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