jueves, 8 de octubre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Recuerdos de octubre



Teníamos varios membrillos sembrados en la huerta, en los bordes de la acequia que llevaba el agua para los riegos en verano, pero que en invierno, cuando abrían las presas del río, se quedaba seca…

Cuando llegaba este tiempo, mi madre que seguía todos los pasos que marcaba naturaleza, - mantecados en Navidad, torrijas en Semana Santa… - me mandaba por los membrillos:

-         “Pero que no sean gamboas…”

Le sacaba mucho rendimiento a los membrillos: hacía compota, la carne de membrillo y la jalea.  Nunca hizo mermelada. No sé la razón, pero sí que no era dada a ese tipo de confitura. Las tres, una perdición para los golosos.

Solía hacer la carne de membrillo por la tarde. Tampoco sé por qué era así. Después de ‘recoger’ la cocina terminado el almuerzo, los cocía en una olla de porcelana grande y les ponía un paño blanco entre los membrillos y la tapadera.  Allí,  se cocían hasta que el agua hervía y hervía a borbotones. Venía una espera larga. Tenían que enfriarse. El vapor, al retirar la tapadera, lo invadía todo pero con menos profusión que la máquina del tren que nos llevaba Málaga. ¡Cualquiera metía la mano en la olla!

Cuando ya estaban fríos, venía el ritual de trocearlos, los ponía en un pasapuré y giraba y giraba un manubrio. Salían hilos gruesos de una masa continuada y rosácea. Luego, la mezcla ( el azúcar en el perol hecha almíbar…) y cuando estaba en su punto… Se vertía toda la masa y nueva cocción y un gachero de caña, claro… y vuelta y más vueltas.

- ¿Pruebo?

- “No, que te quemas…”

La compota se confitaba de manera más ligera y con menos ritual. La jalea la hacía con el corazón de los membrillos…, algo así como con las ‘sobras’ y para mí, la más exquisita.

Mi madre no sabía de mitología, ni por supuesto conocía la existencia de Hestia, la diosa del hogar y de la lumbre. Ella era más devota de Santa Ana que, en su creencia, fue la inventora del puchero y decía que por eso estaba tan bueno. Cuando yo intentaba razonarle que eso era imposible, no me hacía ni caso… ¡Quién la tuviera aquí cerca en estas tardes de otoño dulces como la compota, como la carne de membrillo, como la jalea que hacía con el corazón de los membrillos…!


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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