martes, 3 de junio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El pozo

                                               

El pozo estaba junto al cauce del arroyo. A su vera crecían adelfas de color rosa y algunos tarajes. Se ponían, las adelfas, preciosas en primavera y llenaban de colorido todo el arroyo, marcando por donde corría el agua por debajo de la arena caliente con el sol del día.

Tenía el pozo un pilar largo y estrecho. Por la tardes el cabrero sacaba agua con un cubo de cinc. Chirriaba la carrucha y las cabras se acercaban y bebían y bebían; olía la campiña a rastrojo… El hombre tenía arrugas en la cara, las manos endurecidas y la piel requemada por el temporal.

A media mañana, en los meses mayores, una reata de bestias bajaban por la realenga, desde la Fiscala, por agua al pozo. Delante iba una burra negra. Montado, sobre la burra un hombre; detrás dos o tres mulos con aguaeras y cántaros de barro. Algunos cántaros por el uso estaban boquinos.

Un hombre - el aguaó - era el encargado de acarrear agua porque en el cortijo no había agua potable. Como el cabrero, también, la sacaba con una soga larga, un cubo y la carrucha. Conforme avanzaba el verano, el agua, estaba más honda. Daba todos los viajes que la luz del día le permitía… El hombre llevaba un sombrero de palma y una botija en bandolera.

Acudían, también, al pozo, algunas mañanas, las muchachas a lavar. Llevaban la ropa en una cesta de mimbre. La escamondaban y la tendían al sol. Cubrían sus cabezas con sombreros de alas anchas adornados con cintas de colores. Se reían entre ellas y cuchicheaban si veían acercarse a alguien.

Estaba el pozo blanco. Ahíto de cal; reverberaba. Cuando pasaban otros hombres con bestias que iban o venían con ‘cojollos’, por leña o a dar los peones también sacaban  agua y, entre ellos, se daban tabaco.

En el brocal del pozo, había crecido una higuera bravía. Seguramente, los culpables eran los pájaros. Los niños teníamos, terminantemente, prohibido asomarnos y curiosear qué podía haber dentro del pozo. 
Cuando lo hacíamos, dejábamos caer una piedra que producía hondas y hondas y hondas, hasta que  la piedra llegaba al fondo...


Una parte de España busca, estos días, con una cuerda larga, mientras chirría la carrucha, en el fondo de otro pozo; la otra parte, sólo escucha el chirrío y ve pájaros, muchos pájaros, demasiados pájaros… 

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