Se alargan las sombras por las calles estrechas. Recovecos;
algunos balcones con flores. El sol juega al escondite desde los aleros de los
tejados. Es media tarde. Las gaviotas aprovechan las térmicas y vuelan altas.
El cielo está azul pero no tiene la limpieza de otros días. Culpan a los
vientos que vienen del desierto con polvo en suspensión.
Pasan los turistas –visten informales- camino de los museos. Son un puñado de museos
y buenos. Picasso, Revello de Toro, el catedralicio, el Thyssen… ofrecen algo
distinto. Renace un centro histórico nuevo. Intenta, casi ya lo han conseguido,
la recuperación de la Judería.
Hay gente. Mucha gente. Va y viene. En el Pimpi saludo al
Maestro Alcántara. Va con un grupo grande. La cortesía obliga a uno a no
entorpecer nada más que lo preciso. El Maestro es una joya de Málaga, de la
poesía y del artículo diario. El Maestro es referencia, reseña, fuente en la
que bebemos…
Me acuerdo –su estatua en bronce está al otro lado, en
Alcazabilla – de Ibn Gabirol. El ‘cordobés’ para uno; ‘el malagueño’, como él
gustaba llamarse fue otra joya pero de hace muchos años en la Málaga medieval.
Por estas calles, que no estaban como están hoy, corrió con otros niños y jugó,
se acercó a la sinagoga…
Nos hemos sentado frente a San Agustín, en una tetería. Puede la belleza de la decoración a la
vulgaridad de otros establecimientos. Los gorriones se han venido justo hasta
la mesa donde estamos. Picotean las migajas de los pasteles esparcidos por el
suelo.
No tienen vergüenza estos gorriones de la Judería. Han
corrido las lindes y dan voladas cortas entre los que pasamos las horas de la siesta
al amparo de la sombra, con un té con sabores de lugares lejanos y degustamos
pasteles de sabores exóticos. Hablamos de nuestras cosas; los gorriones, siguen
en las suyas.
Solo una llamada de atención es suficiente a los grandes, a los maestros, para escribir y decir mas allá de lo que los demás que a su lado ve, oye o piensa..... Esta es la grandeza de los buenos.
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