Ha llegado el verano como siempre. Calor durante el día; refresca, algo, por las noches. Dicen que como
no ha llovido en las estaciones precedentes se presenta ‘largo y duro’.
¿Alguien piensa en veranos cortos y dulces? Vamos, hombre…
Hace años, cuando yo era niño bajaban, las mañanas de los
domingos, los trenes botijos. Venían de Córdoba y buscaban - entonces aún no
tenían los cordobeses apartamentos en Fuengirola - las aguas saladas de la
playa.
El regreso era un tren de ‘salmonetes’ achicharrados por los
calores soportados a piel desnuda. Tampoco, entonces, había protectores. Pero
habían estado un día en la playa. Cesta de palma, sandía caliente y tortilla de
papas con arena. ¡Qué bien lo hemos pasado!
Ahora se va a la playa de otra manera. Han cambiado los
tiempos. Cerveza fresquita en el chiringuito y espetos de sardinas. Estelas de
plata braseadas con leña sobre la arena caliente de la barca. Pasan las
quinceañeras en chancletas y toalla al hombro. Por las ventanillas del coche
sale la música de chin-chin-chin…
Ya no tiene el verano para el hombre del campo - las máquinas la han
desplazado - la dureza tremenda de la siega. Cuadrillas de gallegos cruzaban
los puertos de Padornelo y Piedrafita
camino de Castilla. Tierra del Pan en Zamora, Tierra de Campos en Valladolid,
para llegar, luego, a las campiñas de Carmona, de Écija, de Fernán-Núñez…
Barbeito vio al segador como el hombre al que corría “una
corbata de sudor de la nuez hasta el ombligo” y el Nuevo Mester de Juglaría le
cantó aquello: “de segar de los sembrados / ya vienen los segadores / de beber
agua de pozo / todo llena de gusanos”.
Ya está aquí el verano como todos los años. Decía Ramón
Gómez de la Serna que para ser feliz le bastaba el verano y los nardos. Con
todos los respetos hacia el maestro, si no le importa, yo me quedo con los
nardos.
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