Dice el periódico que la casa de Cánovas del Castillo está
en ruinas. Vamos, la casa donde nació el político conservador más importante
del siglo XIX, entre Carretería y el río Guadalmendina, se cae a pedazos.
Los dineros, ¡pueñeteros
dineros!, no alcanzan a cubrir el coste de la restauración. (Por cierto, de
restauraciones, Cánovas sabía algo). Cuando lleguen – los dineros, claro - ya
puede que todo sea de nueva creación. Y de la casa y de casi todo el barrio
queden sólo los recuerdos.
Tampoco debe extrañarnos mucho. Salvador Rueda el que
escribió aquello de la sandía: “cual si de pronto se entreabriera el día”, y
dijo que los peces temblaban prisioneros en la red salida de la blanca espuma…Murió
de abandono y casi de hambre en la Coracha.
Málaga, canta la copla “madre para todos y madrastra para
mí”. Málaga que no recuerda a los suyos
pero dedica parabienes y agasajos, a quien aparece por aquí, aunque eso sí,
viene con la aureola de que es rico. Luego se ve que de” dinero y santidad, la
mitad de la mitad”.
¿Quién recuerda al muchacho de aquella voz enorme – no lo ha
superado nadie – que contaba cómo bajó al río a bañarse una paloma blanca? Se
llamó Antonio Molina. Vendió leche por las calles marengas de Huelín. Del
rebalaje subían, aromas de espetos y sal; en las aceras había otra cosa…
Málaga olvidó a don Miguel de Molina – que éste lleva don,
porque se lo dio el pueblo - y fue a
morirse nada menos que a Argentina, como
quien dice al otro lado de la mar grande, y a Rafael Flores Nieto, “el Piyayo”
recreado por José Carlos de Luna, el de la “Misas del Padre Miguelito” y otros
versos deliciosos.
Se olvido – casi-,
también, de Miguel de los Reyes. Cantó a la luna lunera dormida sobre el
río, a las noches de España, a la Semana Santa de Triana y del Perchel. Que
puestos a hablar del Perchel. ¡qué gran ocasión perdida! La recuperación del
barrio... Oigan da pena andar por lo que queda de aquellas calles de nombres
mítico. Olvido sobre olvido.
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