Se agosta la primavera. El aire de Arriba de estos días le
ha ganado el pulso al Levante fresco que nubla las mañanas... El campo se
entrega con las espigas reventadas de grano que piden siega. Baja el nivel de
los pozos. Lo verde abre puerta a otros colores…
Han dejado de correr las cañaíllas y en los remansos del
arroyo, las algas – porque el calor aprieta – se han convertido en ‘camas de
ranas’ en el agua parada. Los pececillos nacidos de los desove en las charcas,
ahora, luchan por una supervivencia que les va a ser imposible.
Están cargados los ciruelos; las higueras que hasta hace
unos meses agitaban sus esqueletos desnudos, ahora están frondosas, llenas de
hojas grandes. Están cargadas de brevas rayadas e higos que vendrán después en
una segunda cosecha. Se van y se vienen los tordos y los mirlos y los
pajarillos golosos que gustan de las frutas maduras y dulces.
Granos que serán “Sangre de Cristo” cuando septiembre diga
que hasta aquí han llegado las colores, cuelgan,
ensombrecidos por los pámpanos verdes y relucientes de la parra; el jazmín,
dice que la tarde es sensual y será biznaga en el canalillo de una mujer…
Juegan los gorriones –pataletes nuevos, ¡qué saben ellos del
verano que les espera!- y se persiguen y forman jolgorios en el jardín. Acechan,
en la tapia del corral, los gatos; arrullan las tórtolas turcas que lo
colonizan todo. Se han adueñado como si hubiesen estado aquí desde siempre.
España se agita – bueno, España, no – algunos de los que
viven del presupuesto. Trasladan su, inquietud,
la de ellos, al pueblo. No quieren enterarse. El pueblo, lo que quiere es tener
a donde ir a trabajar mañana. Y que, si es posible, sea aquí y no en un lugar lejano; el pueblo quiere que lo dejen, por un
tiempo, tranquilo…¡Y olvidarse, si se puede, de Holanda! ¡Vaya nochecita!
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