Primer día de sol después del solsticio de verano. Nubes que
pasan camino de no sabemos dónde. Cielo azul. La brisa pespuntea la mañana, se
asoma al revolver las esquinas y agita las colchas de ganchillo. “Cantemos al Amor
de los Amores…”
Juncias por el suelto, ramas de árboles, macetas y flores.
Muchas flores. Imágenes de cartón piedra, de escayola (lo mejor de cada casa)
sobre improvisados altares temporales. Encajes de randa y peroles relucientes. “Alabado
sea le Santísimo, Sacramento del altar…”
Dios está aquí. Madrugó por las campiñas. Huelen a paja seca
y a rastrojos recién segados. Se platean
los olivos con aceitunas como pezoncillos recién despiertos. Cantaban las
alondras con las primeras claras del alba. Ya no corren los arroyos. “Venid,
adoradores, adoremos al Señor…”
Se echa el Amor a la calle. De hito en hito, Dios en la
custodia; estación de altares. Bendición al pueblo. Dios pan de trigo,
inmaculado y blanco en el misterio de la fe que se pregona, públicamente, una
vez al año. “Como estás mi Señor en la Custodia igual que la palmera que alegra
el arenal…”
Han segado – porque ya no hay segadores de mandil y hoz
curva – las máquinas las cosechas. Rastrojeras en las lomas, gavillas
barcinadas a la era, parva trillada y la
mano del hombre que la avienta para que
Barbetito nos diga que el “grano
caía, amontonándose, como un bando de diminutos pájaros que perdieran las alas
al volar” y, luego molino y hostia…
“Hostia pura, Hostia Santa, Hostia inmaculada…”.
Pan y vino. Cuerpo y Sangre.
Corpus Christi y la luz de la media mañana que juega con las sombras porque
viene el Señor. Arropado, acompañado, transportado. La fe no mira ni ve. No
hace falta; la fe siente. “Cristo en todas las almas y en el mundo la paz…”
Niñas vestidas de blanco;
mozuelas de ropa nueva; procesión de pasa. Revoloteo de gorriones en los aleros
del tejado. ¿Serán ángeles disfrazados que querían verlo todo de cerca?
“Bendito, bendito, bendito sea Dios…”
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