sábado, 21 de junio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Solsticio


                                              

Dios se hace Luz. Más Luz. “Y, al principio, - cuenta la Biblia - dijo Dios, hágase la luz y la luz se hizo” Día primero. Porque Dios es Luz; Luz de luz; estrella grande que, hoy, brilla con su propia luz. O sea, Luz de Dios. Sol y solsticio. Y, el campo inmenso todo bañado por Él.

Ya está aquí. Sólo una vez al año el sol alcanza su máxima altura. Es el día más largo; la noche más corta. Ocurre en torno al 21 de junio. Lo llamamos solsticio de verano. En el hemisferio norte arranca la estación más calurosa; en el sur, la más fría.

Los lapones – la tierra habitada del hemisferio norte más cercana al polo,  lo llaman ‘sol de media noche’ Baja, baja, baja, pero no llega a ponerse, de tal modo que la noche no aparece. Cuando llega el solsticio de invierno, (21 de diciembre), quien tiene casi aires de perpetuidad es la noche. Hasta mediados enero no aparecen los primeros rayos de luz.

La ida en el mundo que hacemos los hombres se condiciona por esas condiciones climáticas. No tiene nada que ver cómo vive  un bereber que cruza el desierto del Sahara con caravanas de camellos con las que, sobre trineos, tirados por perros o renos, viven los samis…

Existe otro fenómeno precioso y fugaz. Tiene nombre distinto  según qué hemisferio: auroras boreales o aurora polaris. Se ilumina el cielo en la oscuridad de la noche. Aparecen colores preciosos. Verdes, azulados, rojizos y rosáceos. Nacen, estos días, en España colores de esperanza. Ojalá sean más tangibles - y duraderos - que las auroras…

El cambio climático es más serio de lo que algunos quieren ignorar. O sea que lo tenemos como quien dice al revolver de la esquina. En eso no tienen nada que ver los solsticios ni las auroras. Si – y mucho – la mano del hombre. Tala bosque, esquilma los mares, contamina los ríos y el aire que respiramos…


Dicen los que saben de estas cosas que cada verano será más caluroso; menos lluviosos los otoños y más fuera de sitio los inviernos. Nada tienen que ver  las inclinaciones del eje de la tierra. Es así desde siempre; seguirá, así, por siempre. ¿Estará sobre esta superficie el hombre para contemplarlos?

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