Caía la tarde. Era primavera. Yo estaba en el bullicio y
griterio de una grada en La Rosaleda. Suena el teléfono. Me anuncian que
hay un nuevo Papa. ¿Qué? Que ya hay un
nuevo Papa. “No es conocido, argentino, con apellido italiano, difícil de
pronunciar para nosotros….” Y, así supe la noticia.
La radio, la televisión, los medios…, todos se vuelcan y
comienzan a hablar. Todos coinciden. Parece que es un “buen tipo”,
comprometido con los más necesitados.
“Éste le pega un cambio a la iglesia…si lo dejan”.
Lo gestos en los quince meses que lleva de pontificado dicen
que sí, que es un buen tipo y que intenta un giro de timón. Al parecer, no todos
lo dejan, ni todos se han enterado – o
no quieren enterarse- que en la iglesia
se han abierto las ventanas y ha entrado brisa nueva.
Una entrevista en una televisión - Cuatro (Mediaset) - que no es precisamente ‘clerical’ lo da a
conocer en algunos aspectos de su manera
de ser. Hay más, el entrevistador es un periodista judío. Y, hay más, están
sentados, frente a frente, ante la sencillez de una mesa vacía y de tablero
brillante. Ausencia de decoración suntuosa. Son dos personas que se miran a la
cara y se hablan.
La entrevista hace un ‘barrido’ por muchas cosas de
actualidad. El Papa Francisco -porque decidió que tomaría el mismo nombre del ‘poverello de Asís – se muestra como
alguien excepcional, como alguien que, a uno, le da pie a preguntarse ¿quién
moverá los hilos? La respuesta, ya se sabe…
Casi concluye la entrevista. Le pregunta el periodista al
Papa Francisco cómo querría ser recordado. Con toda sencillez, el hombre al que
el Time calificó como el personaje
del año y tiene un reconocimiento
mundial casi unánime, va y dice: “como un buen tipo que hizo todo lo que pudo…”
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