Mujer
con quitasol en el Jardín. Renoir.
Septiembre, 5 viernes
Se acercó despacio. Susurró con
delicadeza…
- Es la hora, señor. Vamos a…
Él no dijo nada. Se giró, dio
la espalda a la pared y se encaminó a la puerta de salida.
- ¿Está loco? Preguntó la chica nueva que llevaba muy poco tiempo prestando servicio de vigilancia en la sala del museo
-
No.
El jefe de Sala le explicó que
era un hombre extraño. No está loco. Viene varias veces al mes desde hace
muchos años. Se coloca frente al cuadro lo mira. No dice nada. No hace ningún
movimiento extraño. Al principio nos hizo pensar que podría ser alguna persona
desequilibrada capaz de causar algún estropicio. Después comprobamos que su
comportamiento era normal.
El jefe de Sala le dijo que
poseía el carné de ‘Amigos del Museo’ y que tenía uno de los números más
antiguos. Deduzco, que antes de entrar yo a trabajar, ya venía por aquí. Lo
había comentado con el jefe de la Sección de la Planta IV que era donde estaba
expuestos los cuadros de la corriente novísima y con la directora del Museo que
sí lo conocía personalmente pero que nunca le había desvelado ni su profesión
ni nada relativo a su vida privada.
Algunas veces, siguió hablando
el jefe de Sala, hemos observado en su cara rictus de emoción. Como si algo le
brotase por dentro y a duras penas lograba contenerlo; otras veces, los ojos se
le han puesto brillantes, expresivos; en alguna ocasión, nos ha querido parecer
que por su mejilla se deslizaba una lágrima…
El permanece ahí, delante del
cuadro, sin mediar ninguna palabra, sin ninguna comunicación con el personal de
sala y, cuando llega la hora, se marcha…
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