Opina
don Juan Temboury (Informes Históricos-Artísticos de Málaga, 1966), que
probablemente el sello del arquitecto turolonse Martín de Aldehuela o de algún
discípulo esté en el camarín del Santuario de Flores, siguiendo la estela, con
las consiguientes distancias por muchos motivos, del de la Virgen de la
Victoria en Málaga.
José
Martín de Aldehuela vino, en la segunda mitad del siglo XVIII, de la mano del
obispo Molina Lario que ocupó la sede malacitana trasladado desde su diócesis
de Albarracín donde realizó una gran labor social que luego continuó en Málaga.
Entre
las obras más notables que Aldehuela realizó en Málaga están el acueducto de
San Telmo que abasteció de aguas a la capital, la continuación de las obras de
la catedral después de la muerte del maestro de obras (nombre que en aquella
época recibían los arquitectos) de Antonio Ramos y el Puente Nuevo sobre el
Tajo de Ronda.
El convento
franciscano de Flores sigue la huella de los recoletos de la Orden de San
Francisco. Según su modo de entender su presencia en el mundo, la vida es un
tránsito que no termina en la muerte, sino que, por María, se asciende al
paraíso. No existe una arquitectura franciscana en sí como puede haber una
arquitectura cisterciense o la propia de otros estilos arquitectónicos como la
románica o la gótica. En expresión de los expertos, sí existe una “arquitectura
de los franciscanos” que parece igual pero no es lo mismo.
El
camarín de la Virgen de Flores es la joya del Santuario. Allí se percibe el
dulce bienestar y el ambiente jubiloso de la bienaventuranza. Los sentidos,
según don Juan Temboury, al igual que en el de la Victoria malacitana, “no
aciertan a interpretar tal enjambre de variadísimos ornamentos blancos que
parecen sobresalir sobre los fondos de entonaciones delicadas”.
En este apretado mundo, un tejido floral de palmas, flores y motivos vegetales se enlazan, se cruzan, y parecen moverse en un ritmo musical que la yesería presenta a los ojos del visitante, al mismo tiempo que le muestra a María. En este caso, en el centro, la Virgen de Flores, imagen de finales del XV o principios del XVI, entregada por la Reina Isabel en Sevilla, de igual advocación a la traída por los hijos de Encinasola (Huelva) en la toma de Álora en 1484
María,
en este camarín, es el espejo limpísimo, sin mancha y sin lunar; María es torre
fortísima o fuente de aguas vivas. Además, de otros jeroglíficos marianos donde
es el Sol y la Luna “Hermosa cual la luna resplandeciente como el sol (Cant.
6-10); la flor y la vara (Is. : II-I) o Fuente sellada del jardín (Cant.
II 6-10)… y muchos más. Una joya.
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