miércoles, 3 de septiembre de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Un mosaico del alma

 



                            "Cuatro estaciones". Antonia María Ortega


Septiembre, 3 miércoles

 

Ya no canta el cuco en los olivares de la Cuesta del Convento, ni arrullan las tórtolas en el soto del arroyo; ya no muestran sus trofeos de caza los alcaudones entre los espinos del azufaifo. Los rastrojos están pateados por las ovejas y las cabras levantan nubes de polvo cuando suben por el camino hacia la sierra.

Esta mañana, temprano, al abrir el ordenador me encontré con el mosaico de alma de una mujer extraordinaria. Cuatro cuadros pequeños, proporcionados. Deliciosamente enmarcados invitan a observarlos y a mirarlos despacio, porque, como decía el maestro Alcántara, “entre el mirar y el ver se queda el viento.”

Yo habré hablado quizá, tres cuatro veces, no muchas más con ella, en mi vida. Escribe los sentimientos que le nacen dentro, y casi pide disculpas, y otras veces – quizá hace ya un puñado de años, dejó una muestra de una pintura suya. ¡Casi pedía perdón por mostrarla. Dios mío, qué ocurrencia!

Cuando vi el mosaico de los cuatro cuadros, reflejos de como ella ve las estaciones del año, se me vino a la cabeza Bécquer. Sí, Gustavo Adolfo Bécquer aquel que hablaba de un rincón oscuro de esos que hay en las casas donde nunca entra el sol, pero sí el polvo, a modo de minúsculas partículas suspendidas…

Decía, también, que había un arpa. No sé por qué al rey David, uno de los grandes reyes bíblicos, se le representa que toca un arpa; a otros seres privilegiados se les ve, a lo largo de las muestras de arte deslizando pinceles sobre un lienzo. Una manera de plasmar sus sueños.

Decía el poeta ilustre del romanticismo que el arpa del rincón esperaba una mano que arrancase sus notas de las cuerdas dormidas. Esperaban el impulso de ese toque sutil que solo tienen las manos privilegiadas y como quien no quiere la cosa dejan para los demás cómo desde su alma ven  - este caso una mujer de suma sensibilidad - la primavera detrás de una tapia, el verano que evoca a Sorolla con una playa de aguas sugerentes, olas de nácar y cielo azul; este otoño, tan nuestro, del que renegamos porque se acorta la luz , pero nuestra vidas, sin él serían otra cosa; el invierno nuestro no tiene nieve pero está en abundancia en el cuadro…

Últimamente he conocido como María del Pilar Ferrari capta el amanecer de su río Grande; Manuela Domínguez exhibe profundidad plasmada de belleza en sus escritos; María Gómez Riera es la dulzura de las uvas moscatel en sus poemas… y, ahora, ahora irrumpe, tímidamente – a ver si vosotros, mujeres conseguís que rompa la timidez que la tiene atenazada – y se lanza al ruedo Antonia María Ortega. Antonia María, autodidacta y con un alma con mucha sensibilidad,  tiene mucho que decir y además de la manera como lo dice ella… Gracias amiga por esas “Cuatro Estaciones”.

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