"Cuatro estaciones". Antonia María Ortega
Septiembre,
3 miércoles
Ya no
canta el cuco en los olivares de la Cuesta del Convento, ni arrullan las
tórtolas en el soto del arroyo; ya no muestran sus trofeos de caza los
alcaudones entre los espinos del azufaifo. Los rastrojos están pateados por las
ovejas y las cabras levantan nubes de polvo cuando suben por el camino hacia la
sierra.
Esta
mañana, temprano, al abrir el ordenador me encontré con el mosaico de alma de
una mujer extraordinaria. Cuatro cuadros pequeños, proporcionados.
Deliciosamente enmarcados invitan a observarlos y a mirarlos despacio, porque, como
decía el maestro Alcántara, “entre el mirar y el ver se queda el viento.”
Yo
habré hablado quizá, tres cuatro veces, no muchas más con ella, en mi vida.
Escribe los sentimientos que le nacen dentro, y casi pide disculpas, y otras
veces – quizá hace ya un puñado de años, dejó una muestra de una pintura suya. ¡Casi
pedía perdón por mostrarla. Dios mío, qué ocurrencia!
Cuando
vi el mosaico de los cuatro cuadros, reflejos de como ella ve las estaciones
del año, se me vino a la cabeza Bécquer. Sí, Gustavo Adolfo Bécquer aquel que
hablaba de un rincón oscuro de esos que hay en las casas donde nunca entra el
sol, pero sí el polvo, a modo de minúsculas partículas suspendidas…
Decía,
también, que había un arpa. No sé por qué al rey David, uno de los grandes
reyes bíblicos, se le representa que toca un arpa; a otros seres privilegiados
se les ve, a lo largo de las muestras de arte deslizando pinceles sobre un
lienzo. Una manera de plasmar sus sueños.
Decía
el poeta ilustre del romanticismo que el arpa del rincón esperaba una mano que
arrancase sus notas de las cuerdas dormidas. Esperaban el impulso de ese toque
sutil que solo tienen las manos privilegiadas y como quien no quiere la cosa
dejan para los demás cómo desde su alma ven - este caso una mujer de suma sensibilidad - la
primavera detrás de una tapia, el verano que evoca a Sorolla con una playa de
aguas sugerentes, olas de nácar y cielo azul; este otoño, tan nuestro, del que
renegamos porque se acorta la luz , pero nuestra vidas, sin él serían otra
cosa; el invierno nuestro no tiene nieve pero está en abundancia en el cuadro…
Últimamente
he conocido como María del Pilar Ferrari capta el amanecer de su río Grande;
Manuela Domínguez exhibe profundidad plasmada de belleza en sus escritos; María
Gómez Riera es la dulzura de las uvas moscatel en sus poemas… y, ahora, ahora
irrumpe, tímidamente – a ver si vosotros, mujeres conseguís que rompa la
timidez que la tiene atenazada – y se lanza al ruedo Antonia María Ortega. Antonia
María, autodidacta y con un alma con mucha sensibilidad, tiene mucho que decir y además de la manera
como lo dice ella… Gracias amiga por esas “Cuatro Estaciones”.
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