jueves, 11 de septiembre de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Preludio de otoño

 





Mecidas por la brisa en lo alto del granado, la única fruta coronada, espera los últimos días de septiembre para reventar en granos de pulpa dulces de almíbar y sensualidad. Hechizo arrancado del jardín del edén… 

Dicen que las vieron nacer las tierras de Asia Central. Allí se cultiva desde hace miles de años. De Persia se extendió por el mundo mediterráneo. Las traían en sus traíñas los comerciantes fenicios. Parece que los árabes fueron sus introductores en el siglo X en la Península Ibérica. 

La mitología griega la incluyó en el rapto de Perséfone por Hades que la llevó al interior de la tierra abierta para esconderla. Deméter su madre lloró amargamente y Helios concedió que habría dos estaciones: una sin producción, el invierno; otra, ahíta fruta – la granada coronada – en el verano.

 Las rutas comerciales la llevaron también por otros lugares de Asia hasta donde llegaban las caravanas que transitaban por zonas áridas. Se conocieron en el norte de África y en los jardines colgantes de Babilonia. La Biblia hace referencia de la granada, donde simboliza el amor y la fertilidad. 

Hoy en día es conocida, también en América donde la esparcieron los misioneros españoles en el siglo XVI. Actualmente su cultivo está muy extendido por California y México.

Es muy rica en hierro. Su cultivo ha pasado por momentos de esplendor, alternando con otros donde a su valor no se le tuvo un aprecio. 

Los granados orillan los cauces de aguas que llevaban las acequias para regar el campo. En primavera, pasado el esperpento desnudo del invierno, una mañana se ponen el ropaje de hojillas nuevas, y luego una flor diminuta con pétalos y sépalos rojos y el dentelleo de la corona y, después fruto escondido que espera su tiempo.

La luna del verano le da misterio de nocturnidad. El granado es confidente de amantes, árbol de guardar secretos, de espera en silencio y, cuando llega su tiempo da lo mejor de sí. Y entonces, se rompe en granos rubíes. Y es sensualidad, poesía, encanto, como el amor que al igual espera…

Al final del verano, los granados vestidos, encierran aún una sorpresa. Vendrá una tarde de lluvia de otoño. Entonces, se visten de oro viejo y, lentamente, de manera callada, dejan alfombrado el suelo. ¡Oh, luz de Dios!

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