miércoles, 24 de septiembre de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mirada de un hombre de Dios

 




                   LA MIRADA DE UN HOMBRE DE DIOS

 

Septiembre, 24, miércoles.

 

Todo comenzó a media mañana. Hacía fresco de otoño. Un puñado de nubes transitaban por el cielo que un rato antes estaba azul; ahora, no. Hago una llamada, No obtengo respuesta. Vuelvo a insistir. Tampoco. Al rato me la devuelve. Me dice que venía conduciendo...

Después de comer me pongo en camino. La carretera, conocida. Infame, como siempre. Tiene mejorado el asfalto; han colocado vallas protectoras en los bordes. Eso da aún más sensación de estrechez. En sentido contrario me cruzo con un puñado de coches.

Llego a la ciudad. Está donde siempre. Me da la impresión que más bella aún. ¡Mira que lo tienen difícil mejorarla! No sé qué hacen. Lo consiguen. Noto más coches aparcados en las calles. Esto de los vehículos en las ciudades es un problema. Han cambiado el sentido de la circulación. Rodeo. Voy vueltas como si girase sobre mí mismo para venir a salir al sitio de siempre, pero con un poco de más pérdida de tiempo.

Llego. Aparco junto a la puerta bajo un olivo. Está ahíto de aceitunas. Son de la variedad ‘hojiblanca’. Encuentro un hueco mínimo de sombra bajo su copa. Pulso el timbre y lo veo venir. No hace falta insistir para que abran desde la portería. Nos abrazamos. Está, a primera vista, fenomenal. Le digo, que tienen unos rosales mejores que los míos…

Tras los saludos nos hemos sentado en una mesa bajo el porche. Descafeinado de máquina. Convida él. Le digo que tenía ganas de echar un rato y empezamos a tirar de la hebra. Hemos hablado sin bulla. Son esas conversaciones que uno necesita abrirse al amigo que sabe que lo entiende. Me transmite paz, sosiego, comprensión. Esa riqueza interior que como el agua del manantial sale sola, se esparce…

Hablamos, también, de Homero Macauley, de su hermano Ulises y de Marcos que estaba en la guerra. Rememoramos a Ulises. Con un palito obligaba a salir a las hormigas del hormiguero y cuando aquella tarde pasó el tren y el maquinista no le correspondió al saludo. Los viajeros, tampoco. Entonces ocurrió algo distinto. Un negro que viajaba en el último vagón, sí. Con el brazo balanceado al aire le gritaba: “Vuelvo a casa, chico, vuelvo a casa…” Ulises le devolvía el saludo; el tren se alejaba, empequeñecido, en la distancia.

Y entonces, en un momento, sin saber por qué he visto en él, detrás de una semisonrisa, la mirada de serena de un hombre de Dios. He sentido paz interior, he percibido algo que trae mucho consigo. Uno de esos momentos que uno se encuentra… Al regreso, durante el trayecto he pensado en esa mirada, y ahora, cuando hilvano estas líneas, también.

 

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