Mayo, 9, viernes.
Ha traído mayo,
este mayo que apunta a mediación, muchos cambios, en el devenir de cada día: el
mundo convulsionado por el egoísmo de uno que quiere más dinero; de otro, que
quiere más tierras; de algunos que no están conforme, desde sus inicios, con las
configuraciones que dieron a sus países y pienso ahora, sin ir más lejos, en el conflicto que
acaba de estallar entre India y Pakistán por la tierra de Cachemira…
Ha traído también
un nuevo Papa a la Iglesia Católica. Es curioso la cantidad de gente que sabe
tanto y que se lanza a pontificar dibujando un Santo Padre a ‘su medida’, a la
de ellos, quiero decir. Y viene eso que llamamos Espiritu Santo y le infunde a
los que tienen que depositar el voto algo que no sabemos qué es pero que sale
otra determinación diferente a lo vaticinado.
Obviamente no les
voy a hablar del Papa. Están que se hacen polvo los llamados medios de
comunicación diciendo y diciendo de él. Vamos, algunos creo que saben más de lo
que incluso el propio Papa tiene conocimiento de sí mismo.
Esta mañana muy
temprano he visto como en el cristal de la ventana se posaba una abeja. No paran
estos seres minúsculos y nosotros, ignorantes de muchas cosas desconocemos que
sin ellas la vida en el planeta tierra sería una entelequia. Es decir, casi
imposible.
Anoche por la
curiosidad innata que conllevo me puse a indagar entre los agustinos ilustres
que han salido, a través, de los tiempos de esta Orden. Me salían muchos. Me
quedo con tres, al margen del fundador, San Agustín, que entre otras cosas, se
entretuvo en decir, en sus Confesiones “nos hiciste Señor para ti y mi
corazón están inquieto hasta que descanse en ti”. Además, les digo: Lutero, que
intentó una reforma profunda de la iglesia de su tiempo; Mendel, que descubrió
la Leyes que llevan su nombre y que son esenciales para saber las influencias
genéticas y una mujer casi desconocida, Rita de Casia.
A Santa Rita – la
canonizó, León XIII, y no deja de ser curioso, antecesor en el nombre al actual
Papa – era una mujer casada contra su voluntad, cosas de aquellos tiempos. Muertos
su marido e hijos logró entrar en un convento agustino. Dicen que cada Semana
Santa de los muros del convento salían abejas blancas que, luego, desaparecían
para reaparecer en la primavera del año siguiente… En España se la tiene por
“la abogada de las causas imposibles”.
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