martes, 27 de mayo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La ciudad de siempre

 

 


Mayo, 27 martes.


Dicen que fueron los fenicios. A los fenicios le echamos muchas culpas de muchas cosas. Puede ser. Es verdad que venían de la otra punta del mar. Vamos de ese lugar donde el mar – el Mare Nostrum, para algunos que también tuvieron que ver – ese mar les digo que se acaba.

Allí, la tierra como que cierra las puertas. ¿Se acuerdan? El coro infantil cantaba: “por aquí no pasa nadie / ni tu padre ni tu madre”, y entonces, el mar llega besa la tierra que ya es otro continente y busca salida. No la encuentra. La acaricia, la mima, la ve, la contempla…

En una de sus orillas, un poco más al interior, en valles cerrados por montañas donde crecen los abetos y los cedros, vivían unos hombres inquietos. Decidieron explorar el mar. Llegaron hasta la otra punta, donde se hace grande, más grande… Tan grande que parecía que se acababa el mundo que ellos conocían…

Entonces, ellos, los fenicios – porque Fenicia se llamaba su tierra y sus ciudades, Tiro y Sidón… -   navegaron con barcos movidos por el viento que soplaba las velas y cuando no, a remos. Fundaron ciudades. Enseñaron a cultivar el olivo, la vid, a usar monedas, una cosa que llamaban alfabeto, o sea una conjunción de letras que decían lo que los hombres habían hablado y se contaban cosas… y a comprar y a vender. Traían telas preciosas, más delicadas y sutiles que las pieles que tenían los que vivían por aquí… Nosotros, bueno, aquellos antepasados nuestros, metales y cosas de valor…

En una ensenada donde atracaban con facilidad las traíñas que era como les llamaban a sus barcos, fundaron una ciudad., Le pusieron por nombre Malaka. Andando el tiempo desplazaron un poco su asentamiento y se vinieron junto a un río que casi nunca trae agua y cerca de otro, que ese sí. Ese sí lleva agua siempre.

La ciudad de hizo grande. Creció. Vinieron otros pueblos, se asentaron. Dejaron sus huellas. Nosotros le llamamos monumentos y según de que tiempo los llamamos de una u otra manera y así decimos que tenemos ruinas romanas, árabes, cristianas… Y nos asombramos con su teatro donde la gente se divertía, con su alcazaba donde residían los que mandaban o su catedral que poco a poco se va haciendo – por cierto, todavía no la hemos terminado – y allí rezamos a Dios, al Dios de todos, aunque le llamemos con nombres diferentes…, mientras la ciudad sigue siendo la ciudad de siempre.

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