Mayo, 31, sábado
Pedro
Martínez de Luna, Benedicto XIII, vivió a caballo entre los siglos XIV y XV y
murió nonagenario, casi a punto de cumplir los 95 (le faltaron de mayo a
noviembre) en el castillo de Peñíscola donde las olas del Mediterráneo se
estrellan – toda su vida fue un rompeolas – en la pequeña península rocosa.
Nació
en Illueca (Zaragoza). Su familia, una de las tres más importantes de Aragón,
ese Reino de España que devoró la fusión con Castilla tras el matrimonio de
Isabel, castellana ella, con una cabeza única y privilegiada; aragonés él, con
dotes de mando para la tropa y para la diplomacia excepcionales.
Tuvo la
mala suerte de vivir en una época extremadamente difícil. Guerras sin parar,
tampoco era de extrañar porque era la moda del tiempo, enfermedades a podo de
peste que diezmó de en sobremanera la población, y el Cisma de Occidente donde
la iglesia tuvo la desgracia de tener tres papas. Uno de ellos, él.
Participó
activamente en el Compromiso de Caspe de hondo calado social y político en todo
su tiempo sobre todo en lo que supuso la unión de reinos y el nacimiento de una
nueva potencia. Se llamó España.
Tuvo
serios enfrentamientos con el reino de Francia, que lo consideraba su enemigo
por ser súbdito de la Corona de Aragón. A la muerte de Gregorio XI en Aviñón
sin el Colegio Cardenalicio constituido (faltaban por llegar a Roma los
cardenales franceses) que además estaban dividido en tres bandos: lemosinos,
galicanos e italianos) por miedo ante el pueblo romano sublevado se elige
Urbano VI. Solo permanece unos meses, posteriormente, a Clemenente VII (16
años) Un papa en Aviñón; otro en Roma. No queda así la cosa y hay un tercero,
Juan XXIII. El Concilio de Constanza acaba con el cisma y nombra a Martín V. Él
se retira a Peñíscola.
Hasta
el fin de sus días mantuvo que era el único cardenal vivo desde antes de la
muerte de Gregorio XI, por tanto, todos los demás cardenales, ‘falsos’. El
único que podía nombrar papa era él y se nombraba a sí mismo…
Poco
antes de su muerte sufrió un envenenamiento con azufre y arsénico. Lo salvó un
médico judío con una pócima especial. Hombre empecinado, tenaz, inflexible,
tozudo, inabordable. Desde Peníscola intentó una y otra vez sacar adelante ‘su
razón’, incluso dejó las cosas preparadas para el nombramiento de un sucesor.
Gobernó, conocido como el Papa Luna, si a eso se le puede llamar gobierno de la
iglesia con el nombre de Benedicto XIII. Se acuñó el dicho superviviente hasta
hoy de “mantenerse en sus trece”.
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