Mayo, 1 jueves.
Lo dejó escrito aquel poeta al
que muchos citan, pero no todos han leído. Se llamaba Miguel y era de Orihuela.
“En Orihuela su pueblo y el mío…” No, no va la cita tampoco por ahí…
quería y quiero decir: “por fin trajo el verde mayo / correhuelas y albahacas
/ a la entrada de la aldea / y al umbral de las ventanas…” (El poema, obviamente sigue más).
Mayo, florido y hermoso… Un mes
dedicado a María (“Venid y vamos todos con flores a María…”) madre y abogada
nuestra. Florecillas silvestres de las que nacen en los bordes de los caminos;
en los arriates del jardín, en las macetas del patio… Un mes que también, por
esta vez, nos traerá un nuevo Papa mientras los hombres se dan puñaladas
traperas por dominar el mundo.
Estará la Virgen Blanca
sola en su hornacina del recreo y quizá ella, en su mármol frío recordará a aquellos
muchachos que bajaban a cantarle y rezarle, porque era un mes especial,
distinto. Rompía moldes de un orden acumulado en la rutina de los días…
Con las primeras luces de la
noche se encendían a modo luceros en un cielo distante. Los muchachos sabían
que aquellas noches otros muchachos faenaban en las aguas de la mar y le rezarían
de otra manera: “Salve estrella de los mares… “
El los pueblos de donde procedían
los muchachos que bajaban a rezar a la Virgen Blanca ya estarían anidando los
ruiseñores en las alamedas del río y cantarían sin cesar porque venía el alba;
en las lomas, las alondras tendrían sus primeros vuelos y las tórtolas los
primeros arrullos en los sotos…
El libro de Literatura recogía
el fragmento de aquel prisionero que repetía y repetía: “que por mayo era
por mayo, cuando hace la calor y los trigos encañan y están los campos en flor…”
Las niñas jugaban, al caer la
tarde a la rueda en las esquinas de la calle cuando regresaban las bestias del
campo cargadas de avenas y alcaceles y cantaban una y otra vez que “yo tenía
un castillo / matarali lirelo” y se preguntaban, una y otra vez, donde
estaba la llave y aunque sabían que estaba en el fondo del mar volvería a preguntarlo
porque la respuesta era siempre la misma: “en el fondo del mar”.
Juan Ramón, aquel hombre de
cara triste y vida solitaria invitaba con sus versos: “Vámonos al campo por
romero / vámonos, vámonos por romero y por amor”. Eso.
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