viernes, 23 de mayo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Antonio

 




Mayo, 23, viernes

Cuando empecé a escribir en Sur, desde la Redacción, el “Jefe”, mi admirado Juan Rebollo, me informó que en los artículos del periódico solo tenía “don” el Rey de España. Naturalmente, obedecí porque la norma de estilo y esas cosas se acatan.

Ahora no escribo, obviamente, en prensa y tengo la libertad de hacer, dentro de un orden, lo que piense que debo hacer. Así que para mí es don Antonio Salvador Urbaneja Fernández.

De entrada, les digo que fue mi médico. Era un hombre ocurrente, corpulento, moreno, de cabello liso, frente despejada, nariz prominente y voz de barítono. Siempre agradable, atento y con una conversación fluida, amena que iba más allá del profesional de la medicina. Un tic nervioso, a veces, se imponía sobre sus gestos. 

Nació en Coín. Estudió en la Universidad de Granada. Ejerció la medicina rural en varios pueblos de la provincia de Málaga antes de llegar a Álora. De aquí pasó a la capital. Cuando terminó de ejercer, a los afiliados de la Compañía sanitaria que tenía en nómina a la que pertenecía nos agasajó con una comida en la Venta de la Fuente de la Higuera: “porque sois, nos dijo, el colectivo de los que he tratado en Álora que me habéis dado menos problemas”. ¿Es genial o no?

De su contacto con la vida rural tomó afición por los cantes andaluces y un profundo conocimiento de la literatura popular de la que emanan varias obras suyas, de marcado carácter antropológico, como: Cantes, cantares y cantarcillos, Notas andaluzas, u otros de investigación histórica: Omar Ben Hafsún.

 En 1994 escribió: “Álora es un pueblo alto, empinado, sobre dos o tres colinas, metido en la trascendencia del azul del horizonte protegido por el Hacho, una tajante elevación que lo circunscribe, lo delimita por el norte mientras el Guadalhorce lo hace cabeza de comarca de su margen izquierda, de esa zona mariana por excelencia representada por Pizarra, Cártama y Coín”

Dijo, también: “El trazado estorba la llegada de esnobismos y anima la propia idiosincrasia, su genialidad. Su gente sigue bajando de los pechos de la serranía, en la que se ara cantando excepcionalmente redondillas y se bulle por verdiales, y llega hasta la ermita de la Virgen de Flores, la Patrona, a la que se le reza por malagueñas con letra propia”.

De la Virgen de Flores escribió: “Es la Virgen de a diario, pequeñita y bonita, como dice la copla, que cede el protagonismo en Semana Santa” .

 

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