Mayo, 28 miércoles
VEJEZ
Hace unos días me di cuenta,
por primera vez en mi vida, que el Papa es más joven que yo. “Todo llega, Pepe,
todo llega”, me dijo, un amigo al que yo quiero mucho. (Es una perogrullada
porque a los amigos se quieren mucho ¿o no?) y agregaba. “Dios perdona siempre,
los hombres a veces, el tiempo nunca”.
A eso, algunos le llamamos
vejez. De una manera eufemística se dice que aparecen goteras, comienzan
dolores que antes no teníamos, la farmacia tiene más visitas que la barra del
bar al que solías ir y hay manifestaciones externas muy evidentes: se pierde
masa muscular, cuesta levantarse con agilidad y si tienes que recoger algo del
suelo, eso es un poema propio de la Odisea.
Hay otros signos también evidentes:
todos los que mandan en ti son más jóvenes: el médico, el cura y tu mujer. Hay otra, muy clara, pero esa no merece la pena aclararla ¿A qué me
entienden, verdad?
La cosa no queda ahí. Un día te
sorprendes a ti mismo, a cierta hora, en la cocina y como quien no quiere la
cosa vas y te preguntas. ¿Y yo a qué he venido aquí? Te mandan por el pan y
cuando la chica de la panadería te pregunta qué quieres, sales por peteneras y
le dices. “lo de siempre”. Lo de siempre no es que te gusta repetir, no. Sencillamente,
que no te acuerdas de lo que te habían encargado ni por supuesto qué te
llevaste ayer.
Hay un dolor aún mayor que las
goteras y los achaques: el vacío. Ves como cada vez el bosque está mas claro.
No aquel bosque que era tu delicia porque allí podías volverte loco de
felicidad, no. Ese es un imposible. El bosque que te rodea y ves como van
talando ejemplares a tu vera y ese hueco no se rellena. Es doloroso, tanto que,
le llamamos: soledad. Es la ausencia existencial. Cobra también vigencia cuando
llegan las felicitaciones por Navidad, por las onomásticas, o cuando ya no
suena el teléfono para hablarte de las cosas que parecen tonterías pero que no
los son.
Ayer me las anduve de revisión
rutinaria de médico. Mañana de análisis; tarde de TAC. Cuando fui a pedir la
autorización para la prueba, me atendió una mujer muy amable.
- ¿Setenta y ocho años? pero sí
está estupendamente.
- Sí, sí le respondí, pero
cuando se ha dirigido a mí me ha hablado de usted, y cuando a uno le hablan de
usted, en los tiempos que corren, es una señal inequívoca… No
obstante, gracias por el cumplido.
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