MAYO, 4, domingo.
Hoy dice el mercantilismo que
dirige nuestras vidas que se celebra, o sea, que tenemos que festejar y, por
ende, comprar un regalo para que otros hagan caja a costa, ahora, de los seres
más desprendidos de la naturaleza, es decir, las madres.
Te acordarás que antes, este
día se celebraba el Día de la Inmaculada, el 8 de diciembre, pero vieron que la
Navidad estaba muy cerca y que la gente se podría quedar un poco más corta de
dinero y que lo trasladaron a mayo… y esas cosas. Yo, desde entonces, decidí ir
por libre y no hacerles ni puñetero caso.
Como Dios decidió llevarse a
papá tan pronto tu fuiste padre y madre. Dos en uno como esos productos que
anuncian, pero sabes que esto no deja de ser un chiste fácil y sin ninguna
gracia. Tú ejerciste la autoridad siempre.
¿Te acuerdas? si un día por mor
de la vorágine en que me gusta meterme, te llamaba por teléfono y te decía que
no podría acercarme a verte (Tú nunca cerrabas la puerta – en los pueblos
entonces no se cerraban las puertas de la calle – hasta que cada atardecer yo
iba verte),
tu reacción inmediata era llamar
a tu hermana Antonia. Para nosotros la segunda madre y buscabas el amparo que
sabías que no te iba a dar, pero te desahogabas.
-Antonia, mi hijo me tiene
abandona. Me ha dicho que hoy no viene a verme hoy.
Y tu hermana, con esa sabiduría
que Dios le había dado, te decía que era normal , que el suyo también estaba
ocupado y esas cosas que se suelen decir. Y entonces, tú, sin espera – porque
tú y yo y eso lo he heredado de ti, somos gente de poca espera, le decías…
- ¡Ah, y encima te pones de su
parte! Y le colgabas el teléfono… hasta dentro de un rato, claro.
Siempre tenías el consejo
oportuno:
- Hijo, ten cuidado con tus junteras.
Y si había alguien delante, le
decías:
- Mi hijo Pepe tiene pocos amigos,
pero son muy buenos.
Luego, a solas, siempre, era
aquello de:
- Hijo que vayáis siempre con
la cabeza alta. Que nadie os pueda señalar con el dedo… (y todas aquellas
retahílas que sabíamos de memoria y nos habías grabado a fuego dentro y que ya
me parece que no se me van a olvidar.
Podría decirte más cosas, pero
no hace falta. ¿Verdad? Sabes de sobra que aquel día que regresé del cementerio
donde ya te quedaste, aquel día, de verdad, fue cuando se cortó mi cordón
umbilical y sube que esa sí que es la soledad. Un beso, mamá.
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