domingo, 4 de mayo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Querida, queridísima mamá...

 

 



MAYO, 4, domingo.

 

Hoy dice el mercantilismo que dirige nuestras vidas que se celebra, o sea, que tenemos que festejar y, por ende, comprar un regalo para que otros hagan caja a costa, ahora, de los seres más desprendidos de la naturaleza, es decir, las madres.

Te acordarás que antes, este día se celebraba el Día de la Inmaculada, el 8 de diciembre, pero vieron que la Navidad estaba muy cerca y que la gente se podría quedar un poco más corta de dinero y que lo trasladaron a mayo… y esas cosas. Yo, desde entonces, decidí ir por libre y no hacerles ni puñetero caso.

Como Dios decidió llevarse a papá tan pronto tu fuiste padre y madre. Dos en uno como esos productos que anuncian, pero sabes que esto no deja de ser un chiste fácil y sin ninguna gracia. Tú ejerciste la autoridad siempre.

¿Te acuerdas? si un día por mor de la vorágine en que me gusta meterme, te llamaba por teléfono y te decía que no podría acercarme a verte (Tú nunca cerrabas la puerta – en los pueblos entonces no se cerraban las puertas de la calle – hasta que cada atardecer yo iba verte),

tu reacción inmediata era llamar a tu hermana Antonia. Para nosotros la segunda madre y buscabas el amparo que sabías que no te iba a dar, pero te desahogabas.

-Antonia, mi hijo me tiene abandona. Me ha dicho que hoy no viene a verme hoy.

Y tu hermana, con esa sabiduría que Dios le había dado, te decía que era normal , que el suyo también estaba ocupado y esas cosas que se suelen decir. Y entonces, tú, sin espera – porque tú y yo y eso lo he heredado de ti, somos gente de poca espera, le decías…

- ¡Ah, y encima te pones de su parte! Y le colgabas el teléfono… hasta dentro de un rato, claro.

Siempre tenías el consejo oportuno:

- Hijo, ten cuidado con tus junteras.

Y si había alguien delante, le decías:

- Mi hijo Pepe tiene pocos amigos, pero son muy buenos.

Luego, a solas, siempre, era aquello de:

- Hijo que vayáis siempre con la cabeza alta. Que nadie os pueda señalar con el dedo… (y todas aquellas retahílas que sabíamos de memoria y nos habías grabado a fuego dentro y que ya me parece que no se me van a olvidar.

Podría decirte más cosas, pero no hace falta. ¿Verdad? Sabes de sobra que aquel día que regresé del cementerio donde ya te quedaste, aquel día, de verdad, fue cuando se cortó mi cordón umbilical y sube que esa sí que es la soledad. Un beso, mamá.



 

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