Olivo de san
Agustín. Tagaste (Suq
Arhas). Argelia
Mayo, 29
jueves.
Y SOBREVIVIÓ AL TIEMPO
“En aquel año se habían
interrumpido mis estudios. Había vuelto de Madauro, ciudad cerca de Tagaste. En
este tiempo intermedio se iban juntando los caudales necesarios para enviarme a
estudiar a Cartago. Más por animosa resolución de mi padre que por la
abundancia de sus caudales”.
¿A qué nos puede sonar a algo
familiar y vivido en las propias carnes?
Pues ese párrafo con ligeras variantes lo escribió por el año 470 un
señor nacido en la ciudad númida de Tagaste, al este de lo que hoy conocemos
por Argelia y a donde no llegaban las brisas del Mediterráneo, pero llegaban
otras brisas.
Tuvo una infancia ni pobre ni
rica, con algunas carencias, y dispendios por otra, pero superior y mejor a la
de otros niños de su tiempo. Su juventud, en terminología de hoy, un poco
alocada, “irresoluta y licenciosa”, dicen algunas biografías. “No se privó de casi nada (y de casi nada es,
casi nada). Las lágrimas de su madre le hicieron, a veces, reconducirse, pero
en otras, hizo lo que le dio su real gana.
Cuando asentó la cabeza, no a
la manera de don Guido, aquel señor del que nos hablaba don Antonio Machado que
nos dijo que era su monomanía, de viejo, gran rezador y otras cosas, éste no. Se
sentaba bajo un olivo. Dicen – aún lo enseñan – que lo había sembrado él y allí soltaba la imaginación y su sabiduría y
nos dejó cosas en sus libros. ¡Ay, Dios, qué cosas !
Leí uno de ellos cuando era
muchacho. Ahora, más de cuarenta años después, he vuelto y lo estoy releyendo.
De ahí he tomado el párrafo con que he iniciado el artículo de hoy. No sé qué
me pudo quedar de aquella primera lectura, aunque algo debió estar ahí, dormido,
como el arpa de Bécquer… No sé. El hombre que me metió el gusanillo de la
lectura me dijo que siempre, aunque no fuésemos conscientes, algo quedaba.
Ha sobrevivido al paso del
tiempo. Está considerado como de los grandes, pero de los grandes de verdad,
que han dado los tiempos y además sus escritos tienen una actualidad asombrosa.
Sus padres se llamaban Patricio Aurelio y Mónica; su hijo Adeodato. Escribió, entre, otros, La Ciudad de Dios, La
Trinidad y Confesiones (de donde he tomado el párrafo del comienzo). Se llamó
Agustín de Hipona donde murió en el 430; nació en Tagaste, 354.
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