martes, 6 de mayo de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Murillo, testigo de su tiempo

 



                         Santo Tomás de Villanueva dando limosna



Mayo, 6, martes


La situación de Sevilla que Bartolomé Esteban Murillo encuentra en su juventud es un caos. La ciudad ofrece ruina y miseria. Todos los vientos se le ponen en contra. De América ya no vienen galeones cargados de mercancías. El Guadalquivir pierde calado y los grandes barcos no pueden remontar el río…

El campo fértil que la rodea ya no tiene el poderío económico de antes.  Murillo adquiere poco a poco la madurez en su vida y en su arte. Ante él se abre un panorama duro. En las clases populares impera la pobreza, la miseria, el hambre y la enfermedad. Él las va a llevar a sus lienzos y aparecen: mendigos, pícaros, necesitados…

No toda la población pasaba por aquella situación. Una parte de la población no padeció ese agobio. Nobles, que adquieren obras de arte para decorar sus mansiones; poseedores de tierras o activos como comerciantes y banqueros no sufrieron lo que soportaba el resto de los ciudadanos. Tampoco pasó por ello el clero que mantuvo rentas y beneficios y dispusieron de recursos suficientes para poder, incluso, adquirir obras de arte.

Los templos se van a llenar de cuadros y retablos. El pueblo accede a los claustros de los conventos, los admira, los contempla y acrecienta su entrega religiosa. El Barroco en todo su esplendor. Murillo está en un momento excelso, quizá en la cumbre de su arte. Y, Sevilla para no ser menos, le presta el azul de su cielo para los mantos de las Inmaculadas…

Su pintura trasmite consuelo y esperanza a los afligidos. Muestra personajes celestiales compasivos y amables. Se apiadan de los humildes y les dan amapro espiritual y material. En el cuadro de la Sagrada Familia, la Virgen, San José y el Niño aportan cariño y afecto con actitudes y gestos como tiene la gente que procede del pueblo llano.

El cuadro, en el Bellas Artes de Sevilla, que representa a Santo Tomás de Villanueva dando limosna es un exponente claro de la situación. El obispo limosnero deja la lectura sagrada. Ante él un hombre tullido, arrodillado, se apresta a recibir la limosna; a la derecha,  figura un niño harapiento con la cabeza llena de pústulas. Es la cara de la tiña y la enfermedad; junto a él, un anciano que ha recibido ya su moneda y la guarda en su mano dispuesto a besarla. En un segundo plano una anciana con rostro de ansiedad; en la parte inferior, una madre y un niño contemplan las monedas. ¡Han salvado el día! Son personajes que Murillo saca de la calle. Es parte de esa gente que pululaba por la ciudad al amparo de la caridad… Era parte de la sociedad del siglo XVII.

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