Santo Tomás de Villanueva
dando limosna
La situación de Sevilla que
Bartolomé Esteban Murillo encuentra en su juventud es un caos. La ciudad ofrece
ruina y miseria. Todos los vientos se le ponen en contra. De América ya no
vienen galeones cargados de mercancías. El Guadalquivir pierde calado y los
grandes barcos no pueden remontar el río…
El campo fértil que la rodea ya
no tiene el poderío económico de antes.
Murillo adquiere poco a poco la madurez en su vida y en su arte. Ante él
se abre un panorama duro. En las clases populares impera la pobreza, la
miseria, el hambre y la enfermedad. Él las va a llevar a sus lienzos y aparecen:
mendigos, pícaros, necesitados…
No toda la población pasaba por
aquella situación. Una parte de la población no padeció ese agobio. Nobles, que
adquieren obras de arte para decorar sus mansiones; poseedores de tierras o
activos como comerciantes y banqueros no sufrieron lo que soportaba el resto de
los ciudadanos. Tampoco pasó por ello el clero que mantuvo rentas y beneficios
y dispusieron de recursos suficientes para poder, incluso, adquirir obras de
arte.
Los templos se van a llenar de
cuadros y retablos. El pueblo accede a los claustros de los conventos, los admira,
los contempla y acrecienta su entrega religiosa. El Barroco en todo su
esplendor. Murillo está en un momento excelso, quizá en la cumbre de su arte. Y,
Sevilla para no ser menos, le presta el azul de su cielo para los mantos de las
Inmaculadas…
Su pintura trasmite consuelo y
esperanza a los afligidos. Muestra personajes celestiales compasivos y amables.
Se apiadan de los humildes y les dan amapro espiritual y material. En el cuadro
de la Sagrada Familia, la Virgen, San José y el Niño aportan cariño y
afecto con actitudes y gestos como tiene la gente que procede del pueblo llano.
El cuadro, en el Bellas Artes
de Sevilla, que representa a Santo Tomás de Villanueva dando limosna es
un exponente claro de la situación. El obispo limosnero deja la lectura
sagrada. Ante él un hombre tullido, arrodillado, se apresta a recibir la
limosna; a la derecha, figura un niño
harapiento con la cabeza llena de pústulas. Es la cara de la tiña y la
enfermedad; junto a él, un anciano que ha recibido ya su moneda y la guarda en
su mano dispuesto a besarla. En un segundo plano una anciana con rostro de
ansiedad; en la parte inferior, una madre y un niño contemplan las monedas.
¡Han salvado el día! Son personajes que Murillo saca de la calle. Es parte de
esa gente que pululaba por la ciudad al amparo de la caridad… Era parte de la
sociedad del siglo XVII.
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