26 de octubre, sábado. Grazalema
es una pincelada blanca entre las calizas de la sierra; Grazalema es la
primorosidad de lo bien hecho o el buen gusto que juega al escondite por las
esquinas. Sus calles - algunas - al igual se llaman del Agua, Laguneta,
Colorada, Jerez o calle de la Teja o le ponen el nombre de algún hijo ilustre,
y deleitan –blancura de cal - al viajero. Son calles para perderse, para soñar
despierto, o como hoy, al mediodía, dejarse empapar por la lluvia que caía
suave y mansa.
Se asoman, a la plaza, los
picos calizos de la sierra, San Cristóbal o El Torreón y, el pueblo desde la
balconada ve irse el Guadalete y la Serranía y a las tierras lejanas, pajizas y
agostadas por el verano que se ha ido, que se entrecortan en el horizonte por
la carretera que lleva a Ronda o a Ubrique o a Zahara, bordeando el pantano.
Mal come donde puede. Lo
intenta en cuatro sitios diferentes. No hay manera. El pueblo está lleno de turistas.
Coches y más coches. Él que sabe algo de eso lo dejó, a la salida en la carretera
que lleva a Benamahoma, en uno de los aparcamientos que han habilitado conforme
se sube al puerto de El Boyar - donde nace el Guadalete - y se echó a andar,
como el quien no va a ninguna parte pero
que no es el caso.
Han tenido –ya lo hicieron hace
mucho- el buen gusto de colocar mosaicos que explican el qué, el porqué, el cuándo
de muchas cosas. Casi nadie se para a leerlos. Sabe que aquí nació el padre de
Sor Ángela –Santa Ángela de
Hace mucho tiempo que el
viajero - porque se lo facilitó su amigo el profesor Rodríguez Becerra- tuvo
acceso a The People of the Sierra de Julián Pitt-Rivers. “El rubio,
espigado que preguntaba y escuchaba…” desveló lo que de verdad tiene el
Folk-lore, es decir, el saber del pueblo. Una joya de la antropología.
Se le agolpan los recuerdos.
Sabe de visitas, en otra ocasión, a las iglesias ( hoy todas cerradas), de
aquel día de nevada, de una mañana, después de una noche de lluvia… y de aquel
día de finales de mayo cuando, con otros amigos, dejaron a un amigo entre los
muros encalados del Camposanto… El viajero, entonces, y ahora, tuvo que seguir
camino.
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