miércoles, 16 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Málaga, ciudad distinta




Málaga, Estación de Andaluces, años cincuenta, siglo XX

 

16 de octubre, miércoles. No sé si fue Altolaguirre o Emilio Prados quien dijo que Málaga sin palmeras en el parque, moros en el puerto y gatos en el Guadalmedina, no era Málaga. Sería otra ciudad, pero no Málaga.

Dicho así, de esa manera, en los tiempos que corren puede sonar raro, como si chirriase. Me explico. Lo de las palmeras en el parque es algo nuestro. Ese jardín botánico al que llamamos ‘parque’ es una joya se mire desde el lugar que se mire. ¿De acuerdo?

Lo de ‘moros en el puerto’ hoy se les llama transeúntes, viajeros, o gente que va o viene desde una a otra orilla. Enfrente, Melilla; en este lado, Málaga. Los que venían en tiempos en que el poeta decía eso vestían con chilabas – su prenda habitual – que los identificaba desde la lejanía. Hoy, la mayoría viste a la europea y pasan, entremezclados con la ciudadanía de aquí, casi desapercibos. Es más, acudimos a sus comercios o los conocemos por sus nombres. Son unos vecinos de tantos como ya viven en el cosmopolitismo de Málaga.

Hace unos días, mi amigo Fulgencio puso una foto de un atardecer donde, al otro lado, se veían recortadas en el horizonte las montañas del Atlas y en medio, la mar tranquila y sosegada esa que pierde su carácter de lago quieto las tardes de temporales de levante, esa… Cuando uno, en ocasiones lo ve, hace suya aquella letra de Aute: “imagínate una tierra donde África es hermana…”

Lo de los gatos en el Guadalmedina es otro cantar. ¿Se han dado cuenta que ya no hay gatos en las calles de Málaga? Recuerdo aquellas mañanas cuando el ‘mixto’ nos dejaba en la Estación de los Andaluces – porque Málaga tenía dos estaciones, la de Andaluces para los trenes de verdad y la de los Suburbanos, para los de ‘juguetes’ – y subíamos por calle Cuarteles camino del centro.

En los escalones, los gatos se lavaban la cara y nos miraban a los catetos de los pueblos con cara de gatos enterados y sabiondos. Por cierto, en la puerta del Cuartel de Gurripatos algún soldado montaba la guardia vigilante de la seguridad de lo que había dentro.  Todavía no vendían cartuchos de pescado frito -era muy temprano – en Casa de Catalina …

El Guadalmedina estaba lleno de gatos - también - de otras cosas. Ahora luchan por borrar esa cicatriz que rompe en dos la ciudad. ¿Lo conseguirán algún día? A mí me gustaría verlo…

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