Málaga, Estación de Andaluces, años cincuenta, siglo XX
16 de octubre, miércoles. No sé
si fue Altolaguirre o Emilio Prados quien dijo que Málaga sin palmeras en el
parque, moros en el puerto y gatos en el Guadalmedina, no era Málaga. Sería otra
ciudad, pero no Málaga.
Dicho así, de esa manera, en
los tiempos que corren puede sonar raro, como si chirriase. Me explico. Lo de
las palmeras en el parque es algo nuestro. Ese jardín botánico al que llamamos ‘parque’
es una joya se mire desde el lugar que se mire. ¿De acuerdo?
Lo de ‘moros en el puerto’ hoy
se les llama transeúntes, viajeros, o gente que va o viene desde una a otra
orilla. Enfrente, Melilla; en este lado, Málaga. Los que venían en tiempos en que
el poeta decía eso vestían con chilabas – su prenda habitual – que los
identificaba desde la lejanía. Hoy, la mayoría viste a la europea y pasan, entremezclados
con la ciudadanía de aquí, casi desapercibos. Es más, acudimos a sus comercios
o los conocemos por sus nombres. Son unos vecinos de tantos como ya viven en el
cosmopolitismo de Málaga.
Hace unos días, mi amigo
Fulgencio puso una foto de un atardecer donde, al otro lado, se veían recortadas
en el horizonte las montañas del Atlas y en medio, la mar tranquila y sosegada
esa que pierde su carácter de lago quieto las tardes de temporales de levante,
esa… Cuando uno, en ocasiones lo ve, hace suya aquella letra de Aute: “imagínate
una tierra donde África es hermana…”
Lo de los gatos en el Guadalmedina
es otro cantar. ¿Se han dado cuenta que ya no hay gatos en las calles de Málaga?
Recuerdo aquellas mañanas cuando el ‘mixto’ nos dejaba en la Estación de
los Andaluces – porque Málaga tenía dos estaciones, la de Andaluces para los
trenes de verdad y la de los Suburbanos, para los de ‘juguetes’ – y subíamos por
calle Cuarteles camino del centro.
En los escalones, los gatos se
lavaban la cara y nos miraban a los catetos de los pueblos con cara de gatos
enterados y sabiondos. Por cierto, en la puerta del Cuartel de Gurripatos algún
soldado montaba la guardia vigilante de la seguridad de lo que había dentro. Todavía no vendían cartuchos de pescado frito
-era muy temprano – en Casa de Catalina …
El Guadalmedina estaba lleno de
gatos - también - de otras cosas. Ahora luchan por borrar esa cicatriz que
rompe en dos la ciudad. ¿Lo conseguirán algún día? A mí me gustaría verlo…
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