domingo, 27 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El último tren


                         


27 de octubre, domingo. Era una tarde avanzada de otoño. Llamaba a la puerta con los nudillos de un invierno deshuesado. El paisaje, solitario y abandonado. Siempre está ahí por este tiempo, de esta manera y en espera. No sabemos qué aguarda porque no va a venir nadie.

La niebla adueñada del bosque; las ramas de los árboles evocan una primavera que fue en algún tiempo, pero ya había dejado de serlo y ahora esperaba la noche, el frío que iba a llegar, la soledad que hablaba a quien quería pararse a escucharla.

El viejo edificio de la estación llevaba muchos años abandonado. Las paredes, desvencijadas; no abrían las puertas ni las ventanas. Estaba parado el reloj.  No había nadie a quien preguntarle cuándo fue la última vez que dio la hora o cuando alguien miró por esas ventanas por si ya se vislumbraba, en la lejanía, el humo de la máquina del tren que se acercaba, que venía y que, luego, como otros trenes, seguiría su camino…

No daba las horas el viejo reloj; la veleta… ¿desde cuándo no giraba la veleta y decía de dónde soplaba el viento? La torre sobresalía por encima del tejado – el viejo tejado de pizarra de la estación – tenía su originalidad y ponía un punto de belleza única en un paisaje que entre dejaba ver los sueños sobrepuestos al misterio de la realidad.

La estación, ubicada en un lugar lluvioso; las tejas inclinadas facilitaban que el agua que debía caer con frecuencia nunca se parase y seguiría su camino hasta formar canales, chorros de agua con una música monocorde y sincronizada. Alguien, cuando ideó el punto de parada, pensó en los viajeros que debían subir y bajar del tren. No debían mojarse y diseñó un pequeño zaguán que los resguardaría…

Estaban limpias de yerba las vías. Quizá la única vía de la estación donde el tren recogería o dejaría las ilusiones – como el negro que viajaba en el tren de Ítaca (California) y le gritó a Ulises Macauley, mientras agitaba la mano al viento, “vuelvo a casa, chico, vuelvo a casa”. Ulises le devolvió el saludo. Ahora no había nadie esperando el tren ni aguardando el mensaje del hombre que volvía al hogar donde quizá ardería algún tronco en la chimenea….

Tarde de otoño. Hace un rato llovía. Donde yo vivo no hay una estación envuelta en la niebla ni árboles que han perdido las hojas. ¿Está por llegar el último tren? A lo mejor, el último tren pasó hace mucho tiempo…


No hay comentarios:

Publicar un comentario