27 de octubre, domingo. Era
una tarde avanzada de otoño. Llamaba a la puerta con los nudillos de un
invierno deshuesado. El paisaje, solitario y abandonado. Siempre está ahí por
este tiempo, de esta manera y en espera. No sabemos qué aguarda porque no va a
venir nadie.
La niebla adueñada del bosque; las ramas de los
árboles evocan una primavera que fue en algún tiempo, pero ya había dejado de
serlo y ahora esperaba la noche, el frío que iba a llegar, la soledad que
hablaba a quien quería pararse a escucharla.
El viejo edificio de la estación llevaba muchos
años abandonado. Las paredes, desvencijadas; no abrían las puertas ni las
ventanas. Estaba parado el reloj. No
había nadie a quien preguntarle cuándo fue la última vez que dio la hora o cuando
alguien miró por esas ventanas por si ya se vislumbraba, en la lejanía, el humo
de la máquina del tren que se acercaba, que venía y que, luego, como otros
trenes, seguiría su camino…
No daba las horas el viejo
reloj; la veleta… ¿desde cuándo no giraba la veleta y decía de dónde soplaba el
viento? La torre sobresalía por encima del tejado – el viejo tejado de pizarra
de la estación – tenía su originalidad y ponía un punto de belleza única en un
paisaje que entre dejaba ver los sueños sobrepuestos al misterio de la
realidad.
La estación, ubicada en un
lugar lluvioso; las tejas inclinadas facilitaban que el agua que debía caer con
frecuencia nunca se parase y seguiría su camino hasta formar canales, chorros
de agua con una música monocorde y sincronizada. Alguien, cuando ideó el punto
de parada, pensó en los viajeros que debían subir y bajar del tren. No debían
mojarse y diseñó un pequeño zaguán que los resguardaría…
Estaban limpias de yerba las
vías. Quizá la única vía de la estación donde el tren recogería o dejaría las
ilusiones – como el negro que viajaba en el tren de Ítaca (California) y le
gritó a Ulises Macauley, mientras agitaba la mano al viento, “vuelvo a casa,
chico, vuelvo a casa”. Ulises le devolvió el saludo. Ahora no había nadie
esperando el tren ni aguardando el mensaje del hombre que volvía al hogar donde
quizá ardería algún tronco en la chimenea….
Tarde de otoño. Hace un rato
llovía. Donde yo vivo no hay una estación envuelta en la niebla ni árboles que
han perdido las hojas. ¿Está por llegar el último tren? A lo mejor, el último
tren pasó hace mucho tiempo…
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